Con motivo de la beatificación de 124 mártires
coreanos Francisco describió la victoria de los mártires como “victoria del
Amor” (Homilía en Seúl, Puerta de Gwanghwamun, 16-VIII-2014).La fe
que vive por el amor es lo que debe alimentar el testimonio de los fieles
laicos, llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo.
Victoria de la fe, victoria del amor
Los mártires "Vivieron y
murieron por Cristo, y ahora reinan con él en la alegría y en la gloria. Con
san Pablo, nos dicen que, en la muerte y resurrección de su Hijo, Dios nos ha
concedido la victoria más grande de todas” (cf. Rm 8, 38-39). Es
decir, “su ejemplo del poder del amor de Dios”.
Y esta historia –señala el Papa–
nos habla de la importancia, la dignidad y la belleza de la vocación de
los laicos”, mientras saluda a los numerosos fieles laicos presentes, “y en
particular a las familias cristianas, que día a día, con su ejemplo, educan a
los jóvenes en la fe y en el amor reconciliador de Cristo".
Francisco comenta que, en
el evangelio del día, Jesús pide al Padre “que nos consagre y proteja, pero
no que nos aparte del mundo. Sabemos que envía a sus discípulos a ser
fermento de santidad y verdad en el mundo: sal de la tierra, luz del mundo”
(cf. Jn 17, 15-25).
Tomando pie de la entrega de los
mártires, observa: "En nuestros días, muchas veces vemos cómo el mundo
cuestiona nuestra fe, y de muchas maneras se nos pide entrar en componendas con
la fe, diluir las exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al espíritu
de nuestro tiempo. Sin embargo, los mártires nos invitan a poner a Cristo por
encima de todo y a ver todo lo demás en relación con él y con su Reino eterno.
Nos llevan a preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos
a morir”. Notemos que esta pregunta es verdaderamente crucial, pues, como
decía Gustave Thibon, solo podemos vivir de aquello por lo que estamos
dispuestos a morir, porque eso es precisamente lo que nos hace seguir viviendo
incluso después de la muerte.
El testimonio de la caridad
"Además
–prosigue Francisco–, el ejemplo de los mártires nos enseña también la
importancia de la caridad en la vida de fe. La autenticidad de su testimonio
de Cristo, expresada en la aceptación de la igual dignidad de todos los
bautizados, fue lo que les llevó a una forma de vida fraterna que
cuestionaba las rígidas estructuras sociales de su época”. Insiste: “Fue
su negativa a separar el doble mandamiento del amor a Dios y amor al prójimo lo
que les llevó a una solicitud tan fuerte por las necesidades de los hermanos”.
Por eso “su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros, que vivimos en
sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, avanza silenciosamente la más
denigrante pobreza; donde rara vez se escucha el grito de los pobres; y donde
Cristo nos sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos, tendiendo la
mano a nuestros hermanos necesitados”. Y así podremos contribuir a la paz y a
la defensa de los valores auténticamente humanos.
Formación para la misión propia de los
laicos
En otro discurso el
mismo día, Francisco habló de la formación para la misión propia de los fieles
laicos. Y volvió sobre el doble ejemplo –de fortaleza y de caridad– de los
mártires coreanos beatificados: “Ellos dieron testimonio de la fe no
solo mediante sus sufrimientos y muerte, sino también con su vida de amorosa
solidaridad hacia los demás en las comunidades cristianas,
caracterizadas por su ejemplar caridad” (Discurso a los líderes del
apostolado laical, Centro de espiritualidad Kkottongnae,
16-VIII-2014).
Pues bien, añade el Papa:
“Esta preciosa herencia se prolonga en vuestras obras de fe, de caridad
y de servicio. Hoy, como siempre, la Iglesia necesita un testimonio
creíble de los laicos a la verdad salvífica del Evangelio, a su poder de
purificar y trasformar el corazón humano, y a su fecundidad para edificar la
familia humana en unidad, justicia y paz”. En esto consiste la misión de los
laicos dentro de la misión de la Iglesia.
La atención a los pobres y necesitados
También en esta
ocasión ha querido Francisco insistir, particularmente a los fieles laicos, en
la atención a los pobres y necesitados, como lo hace en su
exhortación sobre “la alegría del Evangelio” (cf. Evangelii gaudium, n.
201).
“Como demuestra el
ejemplo de los primeros cristianos coreanos, la fecundidad de la fe se
expresa en solidaridad concreta respecto a nuestros hermanos y
hermanas, sin distinción de cultura ni estado social, porque en Cristo ‘no hay
griego o judío’ (Ga 3,28). Estoy profundamente agradecido a cuantos de
vosotros, con el trabajo y con el ejemplo, llevan la consoladora presencia del
Señor a la gente que vive en las periferias de nuestra sociedad".
Ha precisado que
esta atención a los pobres y necesitados no se agota en laasistencia
caritativa, sino que debe aspirar también al desarrollo de la
persona, a lapromoción humana. Por tanto, no se trata
solamente de darles de comer, sino de “que cada hombre y cada mujer puedan
conocer la alegría que deriva de la dignidad de ganar el pan de
cada día, sosteniendo así a sus familias”. Y hoy esta dignidad, en este
momento, está amenazada por la cultura del dinero, que deja sin trabajo a
tantas personas.
Papel de las familias cristianas
Después de subrayar
la valiosa contribución de las mujeres católicas coreanas a la misión de la
Iglesia, como madres de familia, catequistas y maestras y de otros muchos
modos, ha querido Francisco acentuar el valor de las familias
cristianas, para la Iglesia y la sociedad: “La familia sigue siendo la
unidad básica de la sociedad y la primera escuela en la que los niños aprenden
los valores humanos, espirituales y morales que les hacen capaces de ser faros
de bondad, de integridad y de justicia en nuestras comunidades".
Todo ello, concluye, debe
llevar a “una formación más completa de los fieles laicos, mediante una
catequesis permanente y la dirección espiritual”, en unión con los Pastores de
las comunidades cristianas, haciendo rendir los talentos y carismas para la
misión de la Iglesia en el mundo y en la sociedad.
De esta manera, el
viaje de Francisco a Corea ha sido una ocasión para redescubrir que los
laicos –la mayoría de los bautizados– están llamados al
testimonio de fe y vida de caridad. Para ello necesitan una continuada
formación cristiana en todas las edades. Los fieles laicos pueden fecundar de
modo inmediato y cercano el apostolado cristiano, pues ellos lo realizan en y
por su vida ordinaria, vivida codo a codo con sus conciudadanos en el contexto
de sus trabajos, de su vida familiar, de las relaciones sociales y culturales,
allí donde todos se encuentran.
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