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Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

25 de agosto de 2014

Salmo 95, Cantad al Señor un cántico nuevo

Invocación
Dios mío, ven a mi auxilio. Señor date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como eran en un principio ahora y siempre por los siglos de los siglos amen.
SALMO 95
El Señor, rey y juez del mundo
1Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
2cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.
3Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
4porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
5Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
6honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.
7Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
8aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.
9Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
10decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente».
11Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
12vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,
13delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
14regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como eran en un principio ahora y siempre por los siglos de los siglos amen.
CATEQUESIS DE JUAN PABLO II
Dios, rey y juez del universo.
1. «Decid a los pueblos: "El Señor es rey"». Esta exhortación del salmo 95 (v. 10), que se acaba de proclamar, en cierto sentido ofrece la tonalidad en que se modula todo el himno. En efecto, se sitúa entre los «salmos del Señor rey», que abarcan los salmos 95-98, así como el 46 y el 92.
Ya hemos tenido anteriormente ocasión de presentar y comentar el salmo 92, y sabemos que en estos cánticos el centro está constituido por la figura grandiosa de Dios, que gobierna todo el universo y dirige la historia de la humanidad.
También el salmo 95 exalta tanto al Creador de los seres como al Salvador de los pueblos: Dios «afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente» (v. 10). El verbo «gobernar» expresa la certeza de que no nos hallamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la casualidad, sino que desde siempre estamos en las manos de un Soberano justo y misericordioso.
2. El salmo 95 comienza con una invitación jubilosa a alabar a Dios, una invitación que abre inmediatamente una perspectiva universal: «cantad al Señor, toda la tierra» (v. 1). Se invita a los fieles a «contar la gloria» de Dios «a los pueblos» y, luego, «a todas las naciones» para proclamar «sus maravillas» (v. 3). Es más, el salmista interpela directamente a las «familias de los pueblos» (v. 7) para invitarlas a glorificar al Señor. Por último, pide a los fieles que digan «a los pueblos: el Señor es rey» (v. 10), y precisa que el Señor «gobierna a las naciones» (v. 10), «a los pueblos» (v. 14). Es muy significativa esta apertura universal de parte de un pequeño pueblo aplastado entre grandes imperios. Este pueblo sabe que su Señor es el Dios del universo y que «los dioses de los gentiles son apariencia» (v. 5).
El Salmo se halla sustancialmente constituido por dos cuadros. La primera parte (cf. vv. 1-9) comprende una solemne epifanía del Señor «en su santuario» (v. 6), es decir, en el templo de Sión. La preceden y la siguen cantos y ritos sacrificiales de la asamblea de los fieles. Fluye intensamente la alabanza ante la majestad divina: «Cantad al Señor un cántico nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos (...)» (vv. 1-3, 7-9).
Así pues, el gesto fundamental ante el Señor rey, que manifiesta su gloria en la historia de la salvación, es el canto de adoración, alabanza y bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en nuestra liturgia diaria y en nuestra oración personal.
3. En el centro de este canto coral encontramos una declaración contra los ídolos. Así, la plegaria se manifiesta como un camino para conseguir la pureza de la fe, según la conocida máxima: lex orandi, lex credendi, o sea, la norma de la oración verdadera es también norma de fe, es lección sobre la verdad divina. En efecto, esta se puede descubrir precisamente a través de la íntima comunión con Dios realizada en la oración.
El salmista proclama: «Es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo» (vv. 4-5). A través de la liturgia y la oración la fe se purifica de toda degeneración, se abandonan los ídolos a los que se sacrifica fácilmente algo de nosotros durante la vida diaria, se pasa del miedo ante la justicia trascedente de Dios a la experiencia viva de su amor.
4. Pero pasemos al segundo cuadro, el que se abre con la proclamación de la realeza del Señor (cf. vv. 10-14). Quien canta aquí es el universo, incluso en sus elementos más misteriosos y oscuros, como el mar, según la antigua concepción bíblica: «Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra» (vv. 11-13).
Como dirá san Pablo, también la naturaleza, juntamente con el hombre, «espera vivamente (...) ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,19.21).
Aquí quisiéramos dejar espacio a la relectura cristiana de este salmo que hicieron los Padres de la Iglesia, los cuales vieron en él una prefiguración de la Encarnación y de la crucifixión, signo de la paradójica realeza de Cristo.
5. Así, san Gregorio Nacianceno, al inicio del discurso pronunciado en Constantinopla en la Navidad del año 379 o del 380, recoge algunas expresiones del salmo 95: «Cristo nace: glorificadlo. Cristo baja del cielo: salid a su encuentro. Cristo está en la tierra: levantaos. "Cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1); y, para unir a la vez los dos conceptos, "alégrese el cielo, goce la tierra" (v. 11) a causa de aquel que es celeste pero que luego se hizo terrestre» (Omelie sulla natività, Discurso 38, 1, Roma 1983, p. 44).
De este modo, el misterio de la realeza divina se manifiesta en la Encarnación. Más aún, el que reina «hecho terrestre», reina precisamente en la humillación de la cruz. Es significativo que muchos antiguos leyeran el versículo 10 de este salmo con una sugestiva integración cristológica: «El Señor reina desde el árbol de la cruz».
Por esto, ya la Carta a Bernabé enseñaba que «el reino de Jesús está en el árbol de la cruz» (VIII, 5: I Padri apostolici, Roma 1984, p. 198) y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a alegrarse porque «el Señor reinó desde el árbol de la cruz» (Gli apologeti greci, Roma 1986, p. 121).
En esta tierra floreció el himno del poeta cristiano Venancio Fortunato, Vexilla regis, en el que se exalta a Cristo que reina desde la altura de la cruz, trono de amor y no de dominio: Regnavit a ligno Deus. En efecto, Jesús, ya durante su existencia terrena, había afirmado: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,43-45).
[Audiencia general del Miércoles 18 de septiembre de 2002]
Oración I: Bendecimos, Señor, tu nombre, proclamamos día tras día tu victoria, manifestada en la resurrección de tu Hijo Jesucristo; haz que todo nuestro día, con sus obras y palabras, cuente a los pueblos tu gloria, para que todos los hombres, postrados ante ti, aclamen tu gloria y tu poder. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Oración II: Señor Dios todopoderoso, concede a tu Iglesia, que canta en honor de tu Hijo un cántico nuevo, celebrando su resurrección, alegrarse también un día con el cielo y la tierra, y vitorear delante de Cristo, cuando llegue, en su última venida, a regir el orbe con justicia y con fidelidad. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

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