El sacrificio y la fe no son nada, si no van unidos a la
caridad, que es lo que de verdad constituye el centro de la religión
“En aquel tiempo, de
nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los
ancianos del pueblo: -«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba
la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda,
pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran:
"Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo
está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se
marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los
criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas,
que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a
sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la
merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis,
convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a
todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de
comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que
no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin
vestirte de fiesta?' El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los
camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los
llamados y pocos los escogidos» (Mateo 22,1-14).
1. La parábola del
"Festín de bodas", en el centro mismo de la ciudad de Jerusalén,
semanas antes de la muerte de Jesús, tiene la intención clara de mostrar cómo
el pueblo de Israel, el primer invitado, pueblo de la promesa y de la Alianza,
dice que no, se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la
hora de la gracia.
-“El Reino de los cielos
es comparable a un Rey que celebra el banquete de bodas de su Hijo”. Dios sueña en una
fiesta universal para la humanidad... una verdadera fiesta de
"boda"... con banquete, danzas, música, trajes, cantos, alegría,
comunión. Dios casa a su Hijo... Conforme al querer del Padre la desposada a
quien ama es: la humanidad, la Iglesia. Y el Padre es feliz de ese amor de su
Hijo. Jesús enamorado de la humanidad. Esposo místico.
-“Envió a sus criados a
"llamar" a la boda a los invitados... Venid a la boda”. Dios invita, Dios
llama, Dios propone. Es una de las mejores imágenes del destino del hombre.
Hoy, muchas personas no saben ya cual es el objetivo de su vida: ¿a dónde
vamos?, ¿por qué hemos nacido?, ¿qué sentido tiene nuestra vida? Jesús, tú nos dices
que estamos hechos para la "unión con Dios" por ti. El objetivo del
hombre, su desarrollo total, es la "relación con Dios": ¡amar, y ser
amado! Dios os ama. Y cada uno está invitado a responder a ese amor. Y todos
los amores verdaderos de la tierra son el anuncio, la imagen, la preparación y
el signo de ese amor misterioso y, a la vez, portador de una mayor plenitud.
-“Pero ellos, sin hacer
caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron
a los siervos, los escarnecieron y los mataron”. ¿Cómo explicar que
prefiramos el "trabajo" a la "fiesta"; que vayamos a
nuestras tareas en lugar de ir a participar del "manjar de Dios"?,
¿que nos encerremos en nuestros límites, en nuestra condición humana tan pesada
-y ¡tan absurda, según algunos intelectuales!- en lugar de ir a dar un paseo
por el universo de Dios para respirar a fondo aires puros?
-“El rey se indignó...
dio muerte a aquellos homicidas... y prendió fuego a su ciudad...” Mateo escribía esto
en los años en que Jerusalén fue incendiada por los romanos de la Legión de
Tito, en el 70. Todo lo que "ocurre", todo lo que nos sucede no se
debe al "azar". Conviene buscar y detectar en ello prudentemente el
proyecto de Dios... las advertencias que, por la gracia, se encuentran allí
escondidas. Como veremos más abajo en la lectura de Ezequiel, la ciudad santa
es señal de la Iglesia, que a su vez es la Esposa aquí anunciada de Cristo: «La Iglesia que es
llamada también «la Jerusalén de arriba» y «madre nuestra», se la describe como
la esposa inmaculada del Cordero inmaculado. Cristo la amó y se entregó por
ella para santificaría; se unió a ella en alianza indisoluble, la alimenta y la
cuida sin cesar»
(Catecismo 757).
-“Id, pues, a los cruces
de los caminos y, a cuantos encontréis, buenos y malos, invitadlos a la boda...
y la sala de bodas se llenó de comensales”. Es la Iglesia, comunidad abigarrada,
mezcla de toda clase de razas y de condiciones sociales, pueblo de puros y de
santos, pueblo de malos y de pecadores, cizaña y buen grano... ¡Dios quiere
salvar a todos los hombres. Dios nos invita a todos!
Pero no basta con
entrar en la fiesta: se requiere una actitud coherente con la invitación.
Hay que llevar el "traje de boda" para no ser echado a las tinieblas
de fuera. El tema del "traje": para entrar en el Reino, hay que
"revestirse de Cristo", dirá San Pablo, "revestirse del hombre
nuevo". La salvación no es automática: hay que ir correspondiendo al don
de Dios (Noel
Quesson).
Que no nos pase como
cuando a cinco de las muchachas, invitadas como damas de honor de la novia, les
faltó el aceite y no pudieron entrar. La Iglesia es un banquete de bodas. Jesús
la compara con la fiesta y la boda y el banquete.
Jesús, nos haces ver
que el cristianismo es, ante todo, vida, amor, fiesta. El signo central que
tú pensaste para la Eucaristía, no fue el ayuno, sino el «comer y beber», y no
beber agua, la bebida normal entonces y ahora, sino una más festiva, el vino.
También podemos recoger tu aviso sobre el vestido que se necesita para esta
fiesta. No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una
comunidad religiosa. Se requiere una conversión y una actitud de fe coherente
con la invitación: Jesús,
pides a los tuyos, no sólo palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la
de los fariseos. Cuando tú alabas a los paganos en el evangelio, como al
centurión o a la mujer cananea o al samaritano, es porque ves en ellos una fe
mayor que la de los judíos: ése es el vestido para la fiesta. Y es que no hay
nada más exigente que la gratuidad y la invitación a una fiesta. Todo don es
también un compromiso. Los que somos invitados a la fiesta del banquete -a la
hora primera o a la undécima, es igual- debemos «revestirnos de Cristo» (Ga
3,27), «despojarnos del hombre viejo, con sus obras, y revestirnos del hombre
nuevo» (Col 3,10; J. Aldazábal).
El tema del traje
nupcial recuerda el del vestido y su significado simbólico en el orden de la
salvación. El vestido humaniza el cuerpo, ayuda a situarse entre los semejantes, le
saca a uno del anonimato. De ahí que sea con toda normalidad signo de la
alianza entre Yahvé e Israel: cual un esposo, Dios extiende el
paño de su manto sobre su esposa (Ez 16). Pero hemos visto estos días con los
profetas que ésta es infiel. En la cruz, Jesús es despojado de sus vestidos
como para asemejarse más a la humanidad pecadora frente a la muerte, que da al
traste con todas las falsas seguridades y las apariencias. Pero muy pronto
revestirá, en la resurrección, la gloria divina que vive en El.
"Revestirse-de-Cristo" o "revestirse del hombre nuevo" (Ga
3, 27-28; Ef 4, 24; Col 3, 10-11), representa, pues, participar en ese orden de
la salvación que engloba el desprendimiento y la resurrección de Jesús. Esta
participación en plenitud está reservada a la escatología, cuando toda la
humanidad se revestirá de la incorruptibilidad y estará engalanada para
presentarse ante su Esposo eterno (Ap 21, 2). Pero hay que revestirse del
atuendo nupcial antes de participar en el banquete eucarístico. O, dicho de
otro modo: esa participación es una fuente de exigencias morales que el
invitado debe honrar mediante los desprendimientos que se imponen
(Maertens-Frisque).
Explicaba S. Gregorio
Magno: “¿qué debemos entender por el vestido de boda sino la caridad? De modo que
entra a las bodas, pero no entra con vestido nupcial, quien, entrando en la
Iglesia, tiene fe pero no tiene caridad”. Es un amor que se manifiesta en las
distintas virtudes: «Me gusta comparar la vida interior a un vestido, al traje
de bodas de que habla el Evangelio. El tejido se compone de cada uno de los
hábitos o prácticas de piedad que, como fibras, dan vigor a la tela. Y así como
un traje con un desgarrón se desprecia, aunque el resto esté en buenas
condiciones, si haces oración, si trabajas..., pero no eres penitente -o al
revés-, tu vida interior no es -por decirlo así- cabal» (J. Escrivá, Surco 249).
2. Ezequiel recibe la
misión de anunciar la santidad de Dios en medio de Babilonia, la capital del
paganismo de entonces. Pensando en nuestra sociedad llena de materialismo, los
creyentes hemos de proclamar, con nuestra vida y oración: "¡Santificado sea
tu nombre!" El profeta proclama el retorno a la casa madre, al lugar de
felicidad: -“Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los
países, y os llevaré a vuestra tierra”. La
unidad, la reunión, la catolicidad, tienen que ver con el ecumenismo... con el
amor.
-“Os rociaré con agua
pura y quedaréis purificados de todas vuestras impurezas. De todos vuestros
ídolos os purificaré”. Esta
visión anticipada del bautismo nos muestra el revestimiento con Cristo, del que
el Evangelio nos habla. «Habéis sido lavados, santificados por el nombre de
Jesucristo y por el Espíritu de Dios» (1 Corintios 6,11) ¡Purifícanos, Señor!
Renueva en nosotros la gracia vivificante de nuestro bautismo… para el perdón
de mis pecados... para la destrucción de todo lo que me impide "vivir"
de veras, de todo lo que me impide amar.
-“Os daré un corazón
nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo. Os quitaré vuestro corazón de
piedra y os daré un corazón de carne”. En conexión también con el Evangelio,
se nos habla del cambio. Operación radical. Renovación total. Recreación de un
ser nuevo. El primer día de la humanidad, Dios "insufló" su Espíritu
en el rostro de Adán. El día de la resurrección Jesús "infundió" su
espíritu en los apóstoles. Señor, yo quisiera ser más consciente de esta gran
operación que no cesas de querer realizar en mí: cambiar mi corazón de piedra,
mi duro corazón, que no sabe amar bastante... en un corazón de carne, un
corazón vulnerable y sensible que sepa amar sin medida (Noel Quesson).
-“Os infundiré mi
espíritu”. Es
la profecía de tu “Don”, Jesús, cuando nos dices: "Voy a enviaros el
Espíritu, Promesa de mi Padre" (Lucas 24, 49). El Espíritu de Dios ha
sido derramado en nuestro espíritu (Romanos 5). "El Espíritu de Dios
"habita" en vosotros" (Romanos 8,9)
-“Entonces cumpliréis
mis leyes, observaréis fielmente mis mandamientos. Vosotros seréis mi pueblo, y
Yo seré vuestro Dios”.
3. Este deseo de conversión nos lleva a rezar con el
salmo «Miserere»: «oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por
dentro con espíritu firme... mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un
corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias». Así
acogeremos por parte de Dios, el perdón: «os recogeré de entre las
naciones... os infundiré mi espíritu... os purificaré de todas vuestras
inmundicias». Y, de este modo, se renueva la Alianza: «vosotros
seréis mi pueblo y yo será vuestro Dios».
Llucià Pou Sabaté
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