Meditación: Mateo 23, 23-26
Muchos padres y madres se desviven por darles a sus hijos un hogar acogedor y todo lo que necesitan.
Pero más importante que pagarles clases de música o prácticas de deporte es enseñarles con su propio ejemplo los valores de la rectitud, la fidelidad y el amor a Dios. Si los padres no hacen esto ¿están cumpliendo fielmente lo que Dios les manda? En realidad no. Es un gran error que los padres den más atención al progreso escolar y material que a la vida interior de sus hijos, porque ésta es en definitiva lo que va a determinar su conducta cuando sean adolescentes y adultos. En cierto modo, si los padres no se cuidan en esto, serán como los fariseos del Evangelio de hoy.
Estos personajes enseñaban a sus seguidores a cumplir las reglas legalistas y no el mandamiento esencial de ser comprensivos y misericordiosos con el prójimo: “Cuelan el mosquito, pero se tragan el camello” (Mateo 23, 24) les decía Jesús. Una reprensión severa, sin duda, porque Dios toma en serio la vida interior de todos, chicos y grandes. Esto demuestra también que Cristo vino a reconciliarnos no solamente con Dios, sino también con el prójimo. Gracias a su cruz, él nos puede librar del egoísmo, que a veces lleva a descuidar las necesidades de la propia familia.
En el Evangelio, Cristo se siente incómodo con la falsa religiosidad, las peticiones pomposas y la piedad egoísta. Advierte que hay un vacío de amor: es decir, tras las acciones superficiales con las que muchos tratan de cumplir la Ley falta “la justicia, la misericordia y la fe.”
Por eso conviene examinarse el corazón: ¿Ves algo del fariseo en ti? Casi todos vemos algo, porque tendemos a dar importancia a cosas que no la tienen. Nos preocupamos de cumplir las reglas externas, pero en el corazón tenemos manchas de egoísmo, envidia o crítica que no podemos borrar por nosotros mismos. Solamente Jesús puede hacer presentes la justicia y la misericordia de Dios en nuestro corazón y en el mundo; sólo él nos puede llevar a tomar decisiones correctas y educar bien a nuestros hijos.
“Te alabo, Señor mío Jesucristo, porque tu poder es más fuerte que la injusticia y el mal que hay en el mundo. Concédeme tu gracia, Señor, para enseñar bien a mis hijos, para que sean cristianos rectos y fieles a tu amor.”
2 Tesalonicenses 2, 1-3. 14-17;
Salmo 95, 10-13
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