Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

26 de agosto de 2014

LECTURAS DEL DÍA 26-08-2014

MARTES. SANTA TERESA DE JESÚS JORNET E IBARS, virgen, patrona de la ancianidad. Memoria obligatoria. 26 de Agosto del 2014 . 1º semana del Salterio. (Ciclo A) TIEMPO ORDINARIO. AÑO DE LA FE..SS. Teresa de J. Jornet vg, Melquisedec AT Juana Isabel vg. Beato Junípero Serra pb. Santoral Latinoamericano. SS. Teresa Jornet, Ceferino
LITURGIA DE LA  PALABRA


2Ts 2,1-3a.14-17: Conserven las tradiciones que han aprendido 
Salmo responsorial 95: Llega el Señor a regir la tierra 
Mt 23,23-26: ¡Ay de ustedes, hipócritas! 

Las denuncias que formuló el Señor Jesús contra los dirigentes de Israel no han perdido vigencia, ni exhiben solo las fallas de dicha dirigencia. El fariseísmo es una actitud que renace en el corazón de cualquier creyente que pretenda apegarse escrupulosamente a las exigencias legales, estableciendo una semejanza entre preceptos accesorios y principales. Es la obediencia ciega y el legalismo puro. Es una especie de parálisis intelectual que absolutiza ciertas formulaciones de la voluntad divina como si hubieran salido de su misma boca. Es un fundamentalismo que se dispensa de buscar humildemente la voluntad de Dios en cada circunstancia. De ahí que el apóstol san Pablo invite a la comunidad de Tesalónica, a mantenerse atenta a la tradición apostólica, que es continuación genuina del Evangelio de Jesucristo, para sopesar en todo momento lo que es conforme al querer de Dios.

Primera Lectura 
2Tesalonicenses 2, 1-3a. 14-17
Conservad las tradiciones que habéis aprendido 

 Os rogamos, hermanos, a propósito de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con él, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima. Que nadie en modo alguno os desoriente. 




Dios os llamó por medio del Evangelio que predicamos, para que sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Así, pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta. 

Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente y os dé fuerzas para toda clase de palabras y de obras buenas. 

Palabra de Dios 

Salmo responsorial: 95 
Llega el Señor a regir la tierra 

Decid a los pueblos: "El Señor es rey, él afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente." R. 

Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos. R. 

Aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra: regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad. R. 

EVANGELIO 

Mateo 23, 23-26 
Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello 

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! 

Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. 

¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! 

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpio también por fuera." 

Palabra del Señor 

Reflexión Primera lectura: 2 Tesalonicenses 2,1-3a.13b-17. El señor sea glorificado en vosotros y vosotros en élPARUSIA/VENIDA: 

-Hermanos, queremos haceros una petición respecto a la "Venida" de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El.

La gran cuestión de esas dos primeras epístolas de san Pablo es la «Parusía», la venida escatológica de Jesús -«venida» = parusía en griego.

Algunos cristianos estaban persuadidos de la inminencia de este retorno de Jesús, y lo esperaban con tal impaciencia que eran negligentes en sus deberes cotidianos. En la lectura de mañana veremos de qué manera Pablo les reconduce a las banales realidades humanas.

Quizá HOY, nosotros, hemos perdido esta dimensión esencial de nuestra fe. ¿Somos sinceros cuando decimos: «esperamos tu venida gloriosa... Ven, Señor Jesús... esperamos tu retorno...» esas admirables profesiones de fe que proclamamos en la Misa después de la consagración?

DIA-DEL-SEÑOR: -No os dejéis alterar fácilmente en vuestros ánimos, ni os alarméis por alguna revelación, palabra o carta presentada como nuestra, que os haga suponer que es inminente el día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera.

Pablo pretende simplemente repetir lo que Jesús había claramente proclamado: «nadie sabe ni el día ni la hora... el día del Señor viene como un ladrón... hay que estar siempre a punto...» (Marcos 13. Mateo 24; Lucas 21) El «día del Señor», según toda la tradición profética, es el que marcará el acto final de la historia: el día en el cual Cristo resucitado sacará de la perdición a todos cuantos se han dirigido hacia El.

-Dios os ha llamado por medio de nuestro Evangelio para que consigáis la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

La venida escatológica del Señor es, por consiguiente, el gran día de la unión íntima de los creyentes con Cristo, el final del gran proyecto de Dios: hombres radiantes de la Gloria de Jesucristo.

Estamos en marcha hacia esta plenitud. Así pues la escatología ya ha comenzado, en la medida en que tratamos de vivir en comunión con Cristo. Aunque esperemos también nosotros la «parusía», la «venida» definitiva de Jesús.

-Así pues, hermanos, manteneos firmes; que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones...

El pensamiento del «encuentro» con Jesús es una especie de secreto que «dinamiza» desde el interior a los cristianos que hallan en él un profundo consuelo. Las persecuciones, los padecimientos pasajeros no son nada en comparación de la «gloria que les espera» (Romanos 8, 18)

¿Me mantengo firme? ¿En qué se funda esta firmeza? ¿Considero a Dios como a Alguien que me da una gozosa esperanza?

En razón de esta convicción ¿qué tendría que cambiar en mi conducta habitual? ¿Da mi vida este testimonio? ¿Qué imagen presento ante tantos hombres desesperados porque consideran absurda la condición humana?

Mi rostro, mi manera de actuar, alguna vez mis palabras... ¿dicen que «yo sé en quien he confiado» (II Timoteo 1, 12), que sé adonde voy?

-Y os afiance en las tradiciones que os hemos enseñado, sea de viva voz, sea por carta.

Esta será la referencia para discernir lo verdadero de lo falso.

Reflexión del Salmo 95 . Llega el Señor a regir la tierra.Dios, rey y juez del universo
1. "Decid a los pueblos: "El Señor es rey"". Esta exhortación del salmo 95 (v. 10), que se acaba de proclamar, en cierto sentido ofrece la tonalidad en que se modula todo el himno. En efecto, se sitúa entre los "salmos del Señor rey", que abarcan los salmos 95-98, así como el 46 y el 92.

Ya hemos tenido anteriormente ocasión de presentar y comentar el salmo 92, y sabemos que en estos cánticos el centro está constituido por la figura grandiosa de Dios, que gobierna todo el universo y dirige la historia de la humanidad.

También el salmo 95 exalta tanto al Creador de los seres como al Salvador de los pueblos: Dios "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente" (v. 10). El verbo "gobernar" expresa la certeza de que no nos hallamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la casualidad, sino que desde siempre estamos en las manos de un Soberano justo y misericordioso.

2. El salmo 95 comienza con una invitación jubilosa a alabar a Dios, una invitación que abre inmediatamente una perspectiva universal: "cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1). Se invita a los fieles a "contar la gloria" de Dios "a los pueblos" y, luego, "a todas las naciones" para proclamar "sus maravillas" (v. 3). Es más, el salmista interpela directamente a las "familias de los pueblos" (v. 7) para invitarlas a glorificar al Señor. Por último, pide a los fieles que digan "a los pueblos: el Señor es rey" (v. 10), y precisa que el Señor "gobierna a las naciones" (v. 10), "a los pueblos" (v. 13). Es muy significativa esta apertura universal de parte de un pequeño pueblo aplastado entre grandes imperios. Este pueblo sabe que su Señor es el Dios del universo y que "los dioses de los gentiles son apariencia" (v. 5).

El Salmo se halla sustancialmente constituido por dos cuadros. La primera parte (cf. vv. 1-9) comprende una solemne epifanía del Señor "en su santuario" (v. 6), es decir, en el templo de Sión. La preceden y la siguen cantos y ritos sacrificiales de la asamblea de los fieles. Fluye intensamente la alabanza ante la majestad divina: "Cantad al Señor un cántico nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos (...)" (vv. 1-3, 7-9).

Así pues, el gesto fundamental ante el Señor rey, que manifiesta su gloria en la historia de la salvación, es el canto de adoración, alabanza y bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en nuestra liturgia diaria y en nuestra oración personal.

3. En el centro de este canto coral encontramos una declaración contra los ídolos. Así, la plegaria se manifiesta como un camino para conseguir la pureza de la fe, según la conocida máxima: lex orandi, lex credendi, o sea, la norma de la oración verdadera es también norma de fe, es lección sobre la verdad divina. En efecto, esta se puede descubrir precisamente a través de la íntima comunión con Dios realizada en la oración.

El salmista proclama: "Es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo" (vv. 4-5). A través de la liturgia y la oración la fe se purifica de toda degeneración, se abandonan los ídolos a los que se sacrifica fácilmente algo de nosotros durante la vida diaria, se pasa del miedo ante la justicia trascedente de Dios a la experiencia viva de su amor.

4. Pero pasemos al segundo cuadro, el que se abre con la proclamación de la realeza del Señor (cf. vv. 10-13). Quien canta aquí es el universo, incluso en sus elementos más misteriosos y oscuros, como el mar, según la antigua concepción bíblica: "Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra" (vv. 11-13).

Como dirá san Pablo, también la naturaleza, juntamente con el hombre, "espera vivamente (...) ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm 8, 19. 21).

Aquí quisiéramos dejar espacio a la relectura cristiana de este salmo que hicieron los Padres de la Iglesia, los cuales vieron en él una prefiguración de la Encarnación y de la crucifixión, signo de la paradójica realeza de Cristo.


5. Así, san Gregorio Nacianceno, al inicio del discurso pronunciado en Constantinopla en la Navidad del año 379 o del 380, recoge algunas expresiones del salmo 95: "Cristo nace: glorificadlo. Cristo baja del cielo: salid a su encuentro. Cristo está en la tierra: levantaos. "Cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1); y, para unir a la vez los dos conceptos, "alégrese el cielo, goce la tierra" (v. 11) a causa de aquel que es celeste pero que luego se hizo terrestre" (Omelie sulla natività, Discurso 38, 1, Roma 1983, p. 44).


De este modo, el misterio de la realeza divina se manifiesta en la Encarnación. Más aún, el que reina "hecho terrestre", reina precisamente en la humillación de la cruz. Es significativo que muchos antiguos leyeran el versículo 10 de este salmo con una sugestiva integración cristológica: "El Señor reina desde el árbol de la cruz".


Por esto, ya la Carta a Bernabé enseñaba que "el reino de Jesús está en el árbol de la cruz" (VIII, 5: I Padri apostolici, Roma 1984, p. 198) y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a alegrarse porque "el Señor reinó desde el árbol de la cruz" (Gli apologeti greci, Roma 1986, p. 121).


En esta tierra floreció el himno del poeta cristiano Venancio Fortunato, Vexilla regis, en el que se exalta a Cristo que reina desde la altura de la cruz, trono de amor y no de dominio: Regnavit a ligno Deus. En efecto, Jesús, ya durante su existencia terrena, había afirmado: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 43-45).

3. «Cantad al Señor un cántico nuevo».

A primera vista, éste es el mandamiento imposible. ¿Cómo cantar un cántico nuevo cuando todos los cantos, en todas las lenguas, te han cantado una y otra vez, Señor? Se han agotado los temas, se han probado todas las rimas, se han ensayado todos los tonos. La oración es esencialmente repetición, y tengo que esforzarme para que parezca que no estoy diciendo las mismas cosas todos los días, aunque sé muy bien que las estoy diciendo. Estoy condenado a intentar la variedad cuando sé que toda oración se reduce a la repetición de tu nombre y a la presentación de mis ruegos. Variaciones sobre un mismo tema. ¿Cómo puedes pedirme, en tales circunstancias, que te cante un cántico nuevo?

Sé la respuesta antes de acabar con la pregunta. El cántico puede ser el mismo, pero el espíritu con que lo canto ha de ser nuevo cada día. El fervor, el gozo, el sonido de cada palabra y el vuelo de cada nota han de ser diferentes cada vez que esa nota sale de mis labios, cada vez que esa oración sale de mi corazón.

Ese es el secreto para mantener la vida siempre nueva, y así, al pedirme que cante un canto nuevo, me estás enseñando el arte de vivir una vida nueva cada día con la lozanía temprana del amanecer en cada momento de mi existencia. Un cántico nuevo, una vida nueva, un amanecer nuevo, un aire nuevo, una energía nueva en cada paso, una esperanza nueva en cada encuentro. Todo es lo mismo y todo es distinto, porque los ojos, que miran los mismos objetos que ayer, son nuevos hoy.

El arte de saber mirar con ojos nuevos me capacita para disfrutar los bienes de la naturaleza en toda la plenitud de su pujante realidad. Los cielos y la tierra y los campos y los árboles son ahora nuevos, porque mi mirada es nueva. Se me unen para cantar todos juntos el nuevo cántico de alabanza.

«Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra».

Este es el cántico nuevo que llena mi vida y llena el mundo que me rodea, el único canto que es digno de Aquel cuya esencia es ser nuevo en cada instante con la riqueza irrepetible de su ser eterno.

«Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su victoria».

Reflexión Pimera del Santo Evangelio: Mt 23, 23-26 ¡Ay de vosotros guías de ciegos!-¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la Justicia, la Misericordia, la Lealtad!

La Ley preveía que cada agricultor debía ofrecer al Templo el "décimo" -el diezmo- de la cosecha. Los fariseos lo habían encarecido al aplicar esta regla incluso a las hierbas que se emplean como condimento: la menta, el hinojo, el comino... ¡Nos imaginamos a las amas de casa separando de cada diez un ramito de perejil para la colecta del Templo! Estas son minucias de las que Jesús nos ha liberado. ¡Vamos! ¡Ampliad vuestros horizontes, abrid las ventanas de vuestra religión! Jesús nos repite esto HOY.

Si los fariseos eran minuciosos en algunas bagatelas, tenían en cambio la manga muy ancha para otros asuntos más importantes. Y Jesús nos recuerda las grandes exigencias de todos los tiempos: la justicia, la misericordia, la fidelidad.

Hoy diríamos: la ayuda a los más pobres, la defensa de los débiles y de los oprimidos, la pureza de la vida conyugal, la honestidad profesional, la justicia social, etc...

-Esto es lo que había que practicar, sin descuidar aquello.

Jesús no es un revolucionario que predica la libertad por la libertad. Quiere que la fidelidad a las observancias cultuales sea el reflejo de una fiel observancia del amor a los demás, durante toda la vida.

No "la vida" o "el culto"...

Sino "la vida" y "el culto"...

-¡Guías ciegos que coláis el mosquito y os tragáis el camello! ¡que purificáis por fuera la copa y el plato mientras que por dentro estáis llenos de codicia y de intemperancia! ¡Fariseo ciego, limpia primero por dentro la copa, para que también por fuera quede limpia!

Los documentos de Qumram nos han mostrado cuán grande era, entre los judíos, la preocupación por la pureza legal: se requerían abluciones numerosas para cualquier propósito. Un mosquitillo que cayera en la sopa la hacía "impura" .

No nos creamos superiores, ni juzguemos despectivamente tales prácticas, como si la vida moderna nos hubiera liberado definitivamente de detalles sin importancia y de tabúes irracionales.

Jesús nos repite, hoy también, que el ceremonial exterior -la purificación de la "copa y del plato"- tiene menos importancia que la pureza interior. Las controversias actuales en algunos países, sobre la "comunión en la mano", o la "comunión en la boca", pertenecen a este orden de cosas.

"No mancha al hombre lo que entra por la boca; lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre." (Mateo 15, 11)

A veces nos imaginamos que solamente ahora, en la actualidad, nuestros tiempos son turbulentos, los usos y costumbres cambiantes y provocadores de oposiciones entre las distintas maneras de comportarse.

Ahora bien, en todo tiempo la Iglesia ha conocido esos cambios y esas oposiciones. Jesús, en su tiempo, fue un factor de evolución de las costumbres de sus correligionarios judíos. Digamos simplemente que sobre esos asuntos de detalle ¡tenía, más bien, amplitud de ideas! Pero hay que añadir: se encolerizaba contra los que querían defender a toda costa los usos que El reprobaba.

La insistencia de Mateo a relatarnos esas invectivas, que nos extrañan a veces, proviene de que la Iglesia de su tiempo estaba afrontada a polémicas agudas entre el cristianismo y el judaísmo, en el interior mismo de las comunidades. Los judaizantes querían conservar el máximo de usos judíos. Los otros se apoyaban precisamente en esas palabras de Jesús para defender un punto de vista más amplio.

Ayúdanos, Señor, a superar nuestras oposiciones.

Uno de los defectos de los fariseos era el dar importancia a cosas insignificantes, poco importantes ante Dios, y descuidar las que verdaderamente valen la pena.

Jesús se lo echa en cara: «pagáis el diezmo de la menta... y descuidáis el derecho, la compasión y la sinceridad». De un modo muy expresivo les dice: «filtráis el mosquito y os tragáis el camello». El diezmo lo pagaban los judíos de los productos del campo (cf. Dt 14,22-29), pero pagar el diezmo de esos condimentos tan poco importantes (la menta, el anís y el comino) no tiene relevancia, comparado con las actitudes de justicia y caridad que debemos mantener en nuestra vida.

Otra de las acusaciones contra los fariseos es que «limpian por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están rebosando de robo y desenfreno». Cuidan la apariencia exterior, la fachada. Pero no se preocupan de lo interior.

b) Estos defectos no eran exclusivos de los fariseos de hace dos mil años. También los podemos tener nosotros.

En la vida hay cosas de poca importancia, a las que, coherentemente, hay que dar poca importancia. Y otras mucho más trascendentes, a las que vale la pena que les prestemos más atención. ¿De qué nos examinamos al final de la jornada, o cuando preparamos una confesión, o en unos días de retiro: sólo de actos concretos, más o menos pequeños, olvidando las actitudes interiores que están en su raíz: la caridad, la honradez o la misericordia?

Ahora bien, la consigna de Jesús es que no se descuiden tampoco las cosas pequeñas: «esto es lo que habría que practicar (lo del derecho y la compasión y la sinceridad), aunque sin descuidar aquello (el pago de los diezmos que haya que pagar)». A cada cosa hay que darle la importancia que tiene, ni más ni menos. En los detalles de las cosas pequeñas también puede haber amor y fidelidad. Aunque haya que dar más importancia a las grandes.

También el otro ataque nos lo podemos aplicar: si cuidamos la apariencia exterior, cuando por dentro estamos llenos de «robo y desenfreno». Si limpiamos la copa por fuera y, por dentro, el corazón lo tenemos impresentable.

Somos como los fariseos cuando hacemos las cosas para que nos vean y nos alaben, si damos más importancia al parecer que al ser. Si reducimos nuestra vida de fe a meros ritos externos, sin coherencia en nuestra conducta. En el sermón de la montaña nos enseñó Jesús que, cuando ayunamos, oramos y hacemos limosna, no busquemos el aplauso de los hombres, sino el de Dios. Esto le puede pasar a un niño de escuela y a un joven y a unos padres y a un religioso y a un sacerdote. Nos va bien a todos examinarnos de estas denuncias de Jesús.

Reflexión segunda del Santo Evangelio: Mt 23, 23-26 ¡Ay de vosotros guías de ciegos!vv. 23-24. Denuncia Jesús cómo letrados y fariseos aparentan una pretendida fidelidad a Dios hasta en lo mínimo, mientras omiten lo esencial, el amor al prójimo, explicitado en «justicia, buen co­razón y lealtad».

«Esto... dejarlo»: sólo esta traducción literal da el sentido de las palabras de Jesús, que establecen una oposición entre lo obligatorio y lo secundario. Lo primero se enuncia con frase afir­mativa; lo segundo, con negativa. Los puntos suspensivos marcan la oposición. «No dejarlo»: Jesús no se dirige a sus discípulos, sino a los fariseos, que se consideraban obligados al diezmo por estar prescrito en la Ley de Moisés.

Su ceguera expresa una perversión religiosa total («tragarse el camello y filtrar el mosquito»).

vv. 25-26. La denuncia: no solamente omiten lo esencial, sino que su actitud es contraria a toda justicia. Son malvados, aunque por fuera presenten una apariencia respetable. En esto está su princi­pal hipocresía. La invectiva se dirige sobre todo a los fariseos, que profesaban la más estricta observancia de la Ley. Su prurito de pureza es una ficción; ésta no depende de ritos exteriores, sino de la disposición del corazón (cf. 15,11.18-20; 5,8), y el interior de letra­dos y fariseos es profundamente impuro. Es inútil querer estar limpios por fuera sin estarlo por dentro: la suciedad interior se transparentará y se hará visible, porque el árbol se conoce por sus frutos (7,17-20; 12,33).

Por la ley de los diezmos Israel reconoce a Yavé el derecho de propiedad sobre toda su tierra y sus bienes. La parte de Dios en estos bienes servía para el mantenimiento del culto y sus ministros y también para socorrer a los pobres. De los principales frutos de la tierra, los fariseos habían extendido el diezmo a los productos más mínimos, cosa a la que alude nuestro texto. La pedagogía de Jesús no excluye la fidelidad a lo pequeño, y aun a lo mínimo. El remedio que propone el Evangelio contra el abuso de descuidar lo principal no consiste en descuidar lo secundario, ni tampoco en allanar todos los valores con un mismo rasero, sino en integrarlos dentro de una razonable escala de "gravedad" o importancia.

Los tres supremos valores señalados en el v. 23 vienen a ser una síntesis de la ley en su dimensión social: el justo juicio, es decir, la observancia del derecho y la justicia en las relaciones humanas; la misericordia, expresión casi universal del amor al prójimo; y la buena fe, o sea, probablemente, el hábito de la fidelidad sincera y leal que permite convivir en un clima de serena confianza. El reproche de Jesús sigue la línea de los juicios con que los profetas desenmascaraban las injusticias sociales de su pueblo, encubiertas bajo la hipocresía de una impecable religiosidad exterior. La imagen del v. 24 pone en contraste el animal más grande con el más pequeño. Evitan escrupulosamente sorberse un mosquito, pero se tragan un camello. La ironía tiene como trasfondo la ley que prohíbe comer animales "impuros".

Los vv. 25-26 corresponden a las acusaciones de Jesús contra los escribas y fariseos, a propósito de la falta de coherencia entre las purificaciones y apariencias de virtud por fuera y la pureza y virtud sincera por dentro. Para Jesús la pureza interior no se contrapone a sus signos externos. El Evangelio no proclama una hipocresía en sentido inverso al "farisaico": la de ser religioso, pero no parecerlo. Lo que afirma es que, si purifica de veras su interior, todo el hombre será puro ante Dios, a partir de dentro. Los fariseos son víctimas en sí mismos y sobre todo sus discípulos, no sólo de negligencia o de inconsecuencia, sino de una perversión religiosa que les hace tomar lo secundario por lo esencial.

Reflexión tercera del Santo Evangelio: Mt 23, 23-26 ¡Ay de vosotros guías de ciegos!La invectiva contra los fariseos continúa desenmascarando su actitud a base de la contraposición entre lo de mayor y de menor valor, entre lo interior y lo exterior, de los que tratan los dos ayes contenidos en la presente lectura.

De nuevo aparece el grito del amor impotente ante la práctica de la dirigencia farisea que en ambos casos vuelve a ser calificada de “hipócrita” (vv.23 y 25) y de ciega (vv.24 y 26).

En el primero de estos ayes (vv.23-24) nos encontramos ante una forma de comportamiento frente a la Ley divina. La multiplicidad de obligaciones de ésta pone muchas veces en conflicto los artículos singulares que se prescriben. De allí la necesidad de determinar lo de mayor o menor importancia en el designio divino.

Las exigencias de mantenimiento del esplendor del culto divino había puesto en primer plano el deber del pago del diezmo en la conciencia de la dirigencia israelita. Complicadas legislaciones sobre este punto tendían a determinar sus exigencias hasta el detalle. Por ello, aquí el fariseísmo es criticado porque ha colocado en el ápice de la jerarquización de los preceptos algo de importancia secundaria como es “el diezmo de la hierbabuena, del anís y del comino” (v.22).

En ellos esta preocupación secundaria va acompañada de un descuido de lo más importante de la Ley: “la justicia, el buen corazón y la lealtad”. Lo mismo que en la conciencia de los profetas de Israel, estas tres cualidades constituyen el centro del mandato divino respecto a toda acción humana. Es necesario colocarlas en el lugar que le corresponde. De lo contrario se manifiesta el absurdo de una preocupación por lo pequeño, “el mosquito”, y una despreocupación por lo mayor: “el camello”.

Pero, conforme a su discreción, que busca evitar las exacerbaciones que se pueden producir con la sinagoga, el Jesús de Mateo señala, junto a las cosas esenciales, las cosas secundarias: “¡había que practicar! y aquello...no dejarlo”.

El siguiente ay se fundamenta en el cuidado de la limpieza, típicas del fariseísmo y de otros grupos judíos de la época. Múltiples abluciones de la persona y de los objetos utilizados para comer estaban prescriptos para los israelitas fieles. Pero esta preocupación por la purificación era frecuentemente acompañada por un descuido de las exigencias respecto al prójimo. Limpiar la copa y el plato prevalece sobre el evitar el robo y el desenfreno.

Como en el caso anterior, Jesús hace un llamado a la recuperación de lo fundamental como única forma de hacer aceptable la práctica de lo secundario.

La máscara con que actúan los fariseos, la hipocresía desvirtúa la relación religiosa. Esta práctica cierra a la comprensión auténtica de esa realidad. Enceguecidos por ella, su conducción se revela ineficaz ya que su ceguera les impide el acceso a Dios para sí mismos y para los integrantes del pueblo que los siguen.

Se trata, por tanto, de un urgente llamado a la dirigencia religiosa para recuperar la autenticidad de vida, pero también a través de él, de una advertencia a la comunidad de discípulos presentes (cf. Mt 23,1) de no contagiarse del error fariseo.

Reflexión cuarta del Santo Evangelio: Mt 23, 23-26 ¡Ay de vosotros guías de ciegos!
A la pregunta de quién es Jesús formulada por Herodes en Lc. 9, 7-9, Lucas ha respondido presentándonos a un Jesús que acoge a la gente y no la abandona a su propia suerte (Lc. 9, 10-17). Era el modelo a imitar que veíamos el día del Corpus. El texto de hoy arranca de la misma pregunta, formulada hoy por el propio Jesús: ¿Quién dice la gente que soy yo? La respuesta la hallamos en el v.22: El hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado, ser ejecutado y resucitar al tercer día. Esta respuesta es un correctivo a la opinión sobre Jesús formulada por Pedro en términos de Mesías, es decir, de agente libertador del pueblo judío y restaurador del reino de Israel.

Frente a esta opinión, Jesús habla de su muerte y resurreción, para en los vs. 23-24 hacer extensivo este mismo camino a todos: El que quiera seguirme...

Una vez más, la perspectiva de Lucas no es tanto cristológica cuanto catequética. Lucas construye el texto pensando en Jesús como ejemplo a imitar; su interés es decirle al lector cómo debe ser a semejanza de Jesús. De la misma manera que Jesús tiene que morir y resucitar, el cristiano puede también perder su vida y salvarla. Muriendo a manos de otros y resucitando a manos de Dio, Jesús es el modelo de muerte cristiana.

Texto. A diferencia de los otros dos sinópticos, que sitúan la escena en la zona de Cesárea de Filipo. Lucas omite toda referencia local, sustituyéndola por un tiempo de oración de Jesús. Con este telón de fondo asistimos después a la conversación de Jesús con sus discípulos. Y cosa muy poco habitual, el tema de conversación versa sobre el propio Jesús.

¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Quién decís que soy yo? Oponiéndose a la opinión de sus discípulos, Jesús habla de sí mismo como del Hijo del hombre que tiene que padecer mucho, ser desechado, ser ejecutado y resucitar. "Tiene que" rige a los cuatro infinitivos. En las palabras que siguen Lucas amplia el auditorio, hecho no suficientemente recogido por la traducción litúrgica. Van dirigidas no sólo a los discípulos sino a todos en general. El tono de las mismas ya no es el de la conversación distendida sino el de la afirmación grave y categórica. El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. La puntualización "cada día" confiere a las palabras un matiz que no se encuentra en los otros sinópticos.

Comentario. La fórmula de encabezamiento en el original confiere a este texto la categoría de texto importante. La mención de la oración ratifica este calificativo. En todo lo que llevamos de actuación de Jesús es la primera vez que el autor centra su atención en Jesús mismo, no en lo que éste dice o hace. ¿Quién es Jesús? Se trata, pues, de adentrarse en su persona, de saber de él.

Se sucede una reseña de opiniones. Es eso, una simple reseña, porque Lucas no entra en su valoración. Pero hay una opinión en la que sí se detiene. Es la expresada por Pedro: El Mesías de Dios. Y se detiene para prohibirla y, en su lugar, hablar de el Hijo del hombre.

Ríos de tinta han corrido a propósito de ambos títulos. Me siento incapaz de una síntesis.

Tampoco, tal vez, sea importante o necesaria aquí. Pero lo que sigue sí que lo es: Tiene que padecer mucho, ser desechado, ser ejecutado, resucitar.

Elevación Espiritual para este díaEL PECADO ORIGINAL 

Su naturaleza

El pecado de Adán no es exclusivo de él, sino que se transmite a todos los hombres. Se llama pecado original porque nos viene a consecuencia de nuestro origen.

Este pecado nos viene a consecuencia de nuestros origen, porque Adán era cabeza y fuente de todo el humano linaje. Adán, pues, con su pecado hizo que la naturaleza humana se rebelara contra Dios; y por eso, al nacer, recibimos la naturaleza humana privada de la gracia y del derecho al cielo.

"Creemos que todos pecaron en Adán pues, esta naturaleza humana caída de esta manera, destituida del don de gracia de que antes estaba adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, es dada a todos los hombres; por tanto, en este sentido, todo hombre nace en pecado. Mantenemos, pues, siguiendo al Concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, "no por propagación ni por imitación", y que se halla como propio de cada uno" (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, n. 16).

Verdadero pecado, pero no es pecado personal en nosotros

El pecado original es verdadero pecado, pero no es en nosotros pecado personal.

lo. Es verdadero pecado. Porque nos despoja de la gracia y del derecho al cielo. Por su causa nacemos "hijos de la ira", como nos dice San Pablo; esto es, privados de la justicia original (cfr. Ef 2, 3).

Para comprender mejor esta noción conviene tener presente la diferencia entre el acto de pecado y el estado de pecado. Pongamos por ejemplo un robo grave. El acto de pecado, o sea la misma acción de robar, pasa. El estado de pecado, o sea la privación de la gracia que el pecado produjo en nuestra alma, perdura hasta que el pecado se nos perdone.

Pues bien, tratándose del pecado original cabe la misma distinción. El acto fue cometido por Adán y pasó. Las consecuencias de ese acto, o sea la privación de la gracia y del derecho al cielo, perduran y afectan a todos sus descendientes.
2o. Pero no es en nosotros pecado personal. Este pecado evidentemente es distinto en Adán y en nosotros.

En Adán fue pecado personal, cometido por un acto de su voluntad.

En nosotros no es cometido por un acto de nuestra voluntad, sino que nos viene sin quererlo, a consecuencia de nuestro origen.

Por lo mismo que no hay acto ninguno de nuestra parte en él, no hay tampoco nada positivo. En nosotros el pecado original es una simple privación, a saber, la privación de la gracia con que hubiéramos nacido si no viniéramos al mundo manchados con él.
Sus efectos
Por el pecado original, el hombre:

Nace despojado de los dones sobrenaturales, de la gracia y del derecho al cielo.

Se ve privado de los dones preternaturales y sometido a la ignorancia, la concupiscencia, los sufrimientos y la muerte.

Por último, su misma naturaleza quedó debilitada.

Así dice el Concilio de Trento: "Todo Adán por el pecado pasó a peor estado en el cuerpo y en el alma "

Una de las más desagradables consecuencias del pecado original es la inclinación al mal y la concupiscencia.

El pecado disminuyó en el hombre la inclinación al bien. La inclinación a la virtud es natural al hombre, porque obrar conforme a la virtud, es obrar conforme a la razón; pero, después del pecado, tender a la virtud resulta difícil y costoso.

Sin embargo, es falsa la doctrina protestante según la cual la naturaleza humana quedó a tal grado corrompida, luego del pecado original, que ya es incapaz de obrar el bien. La fe católica indica que quedó herida, enferma, pero no corrompida.

La concupiscencia -o inclinación al pecado - de suyo no es pecado. El Concilio de Trento condenó el error de Lutero, que confundía a la concupiscencia con el pecado original; y así el bautismo nos borra este pecado y nos deja la concupiscencia. Pero si es una de nuestras mayores mortificaciones y la raíz de mayor número de pecados. Preocupado por esa inclinación al mal exclamaba San Pablo "¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom. 7, 24).

No supone injusticia por parte de Dios

Dios no fue injusto en castigar a todos los hombres por el pecado de uno solo; en efecto:

Si se trata de los dones sobrenaturales y preternaturales.

No eran dones debidos a la naturaleza del hombre, sino sobreañadidos por pura bondad.

Y Dios era libre de concedérselos bajo una condición. Y no cumplida ésta, pudo quitárselos sin injusticia.

Ejemplo: Un maestro ofrece a sus alumnos un paseo si determinados discípulos se portan bien. Si ellos se portan mal, puede el maestro sin injusticia privar a todos del paseo.

En fin, el pecado original puede privar de la felicidad del cielo; pero por el puro pecado original nadie se condena.

Si se trata de niños que mueren sin bautismo, su destino es el limbo. Si de adultos, nadie se condena sin haber cometido una transgresión grave y voluntaria de la ley de Dios.
2o. Si se trata del debilitamiento que el pecado dejó en la naturaleza, tampoco obró Dios con injusticia, porque nos brindó medios muy propios para fortificarnos, y vencer la tendencia al mal.

Dios la remedia dándonos la gracia de que el pecado nos privó.

La gracia nos ayuda eficazmente en el vencimiento del mal y la práctica del bien.

Reflexión Espiritual para el día
VALORES-CRISIS: V/SENTIDO: EL HOMBRE DE HOY NO SABE YA POR QUÉ NI PARA QUÉ VIVE.

NEUROSIS-SUICIDIO: LOS INDIOS DE LAS TRIBUS NO CIVILIZADAS NO PADECEN NEUROSIS. LAS "ISLAS DE LA OPULENCIA" REGISTRAN MAS SUICIDIOS Y ENFERMEDADES PSICOLÓGICAS.

JUVENTUD/CRISIS. TRÁGICA SITUACIÓN LA DE NUESTRA SOCIEDAD SI LA MISMA JUVENTUD AMANECE YA A LA VIDA CON UN ESCEPTICISMO TAN RADICAL.

Por encima de todas las crisis que atraviesan de un lado a otro nuestro mundo (crisis económica, política, cultural...) hay otra gran crisis que atraviesa el corazón de los hombres. Es una crisis radical, vital, que afecta a la vida misma, a su sentido, a su validez, a su orientación funda- mental. El hombre de hoy, con mucha frecuencia, no sabe ya por qué ni para qué vive. Nuestro mundo, sobre todo en occidente, está lleno de muchas pequeñas cosas que pugnan por facilitar y hacer cómoda la vida del hombre. El confort y la comodidad llegan cada día a nuevos hogares. La industrialización y la tecnificación invaden diariamente nuevas áreas de la vida humana.

Dicen que los indios de las tribus todavía no civilizadas no padecen neurosis ni enfermedades psicológicas. Sin embargo, como por un trágico contraste, es bien fácil observar que las sociedades más civilizadas (?), las más desarrolladas, las "islas de la opulencia", son las que registran cotas más altas en cuanto a enfermedades psicológicas o suicidios se refiere.

Muchos hablan de la crisis de la juventud actual. Ya no se trata de una crisis moral o de afiliación a ideologías corruptoras. Ahora se trata de una crisis que podría llamarse de cansancio cultural o, más en el fondo, de cansancio vital. Aparece el escepticismo ya en los mismos jóvenes, como prematuramente. En lo poco que han vivido han percibido ya algo así como que la vida no conduce a nada, que no vale la pena luchar por nada, que todo es lo mismo y que todo es superficial y, lo que es peor, que no hay que buscar nada, porque nada hay que encontrar. Trágica situación la de nuestra sociedad si la misma juventud -su parte más joven y sin malear- amanece ya a la vida con un escepticismo tan radical. Paradójica y ridícula la situación de nuestro mundo, que, en las zonas más desarrolladas y confortables, junta al mayor desarrollo económico la mayor pobreza espiritual. Para mayor contradicción, esta pobreza espiritual se combina entre nosotros con una enorme producción literaria en torno a las más sofisticadas discusiones ideológicas.

Pero hoy ya -dicen muchos- no es problema de ideologías. El hombre occidental está cansado. No es ya hoy un problema de ideologías. El problema está en que el hombre comienza a descubrir que muchas ideologías no llevan a ninguna parte. Nos movemos en un círculo. No hay salida. Hay que alzar la mirada hacia otra parte. Muchas neurosis -bien disimuladas tras aparente diversión y frivolidad-, muchas violencias, muchas angustias, muchos suicidios, obedecen simplemente a que el hombre ha perdido contacto con lo vital. Ya no se sabe por qué ni para qué se vive. O, mejor dicho, se empieza a barruntar -y ésa es una tragedia que el hombre no puede soportar en paz- que no se vive por nada ni para nada. No, el hombre no puede vivir así. El corazón humano tiene demasiadas exigencias como para conformarse con un ir tirando o un mero sobrevivir, por muy confortable que sea. Después de todas las diversiones y las agitaciones, por más entretenidas que hayan sido, o en los momentos más serios de la vida, le rebrota al hombre una y otra vez, desde lo más hondo del corazón, la pregunta por el sentido de su vida. Querámoslo o no, al hombre le aparecerá siempre como inútil o perdido todo aquello que, una vez vivido, no lo puede reconocer como valioso para una causa.

Diríamos que en medio de la desesperación, el cansancio y la desorientación actual, el hombre siente desesperadamente la necesidad de un sentido, un camino, una causa por la que vivir. Nos parece que es lo duro y lo difícil lo que cansa al hombre, pero en realidad es lo fácil lo que desespera al hombre. Y en una sociedad como la nuestra, donde se quiere hacer tabla rasa de toda dificultad y llegar al estado de máxima comodidad, el hombre se ahoga si no tiene un motivo para vivir, una causa en cuyo servicio gastarse y desgastarse. El esfuerzo, el sacrificio, el dar la vida generosamente, pueden llenar la vida del hombre con un sentimiento de felicidad más profundo que el de la comodidad, el confort, la diversión. No es lo difícil, es lo fácil y sin sentido lo que angustia al hombre. El que se descarga acaba cansándose, y el que gozosamente toma sobre sí la carga de la donación y el amor permanece joven y lleno de sentido.

En este contexto social es donde hoy sigue teniendo vigencia como nunca la parábola evangélica del tesoro escondido. El hombre moderno sigue buscando inconscientemente un tesoro, un tesoro que vale más que todo lo que le rodea, un tesoro que salve su vida dándole una causa para vivir y para morir, porque las grandes causas para vivir son a la vez grandes causas para morir, para dar la vida por ellas. Lo malo es que hoy en día el tesoro puede estar escondido y sepultado en medio de tanto confort y facilidad como nos rodea.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia y del Magisteri de la santa madre la IglesiaPATRIARCAS BÍBLICOS 1. Patriarcas antediluvianos.

Su nombre e historia. En la Biblia se da el calificativo de p. (del griego patriarjés, de patriá, descendencia, familia, y árjo, mandar) a aquellos personajes que han sido cabezas de dilatadas y numerosas familias (hebreo, rase haabot). Los Setenta designan con este término a los jefes de familia israelitas importantes del tiempo de la monarquía (2 Par 19,8; 26,12). En el apócrifo IV de los Macabeos, 12,25, se habla de Abraham, Isaac y Jacob y de todos los patriarcas. En el N. T. reciben este título Abraham (Heb 7,4), los 12 hijos de Jacob (Act 7,8-9) y David (Act 2,29). Por extensión, el término se aplica a las 10 cabezas de familia, de Adán (v.) hasta Noé (v.), que enumera la tradición sacerdotal (Gen 5). Junto a este catálogo de nombres, que enlaza a Noé con Adán por Set (v.), existe otro transmitido por la tradición yahwista (Gen 4,17-24), con los nombres de los descendientes de Adán por Caín (v.). El siguiente cuadro sinóptico muestra cómo en el antiguo Israel se llenaba el inmenso espacio desde Adán hasta Noé y Abraham con una lista de personajes que llevan nombre hebraico y que aseguraron la posteridad del primer hombre, Adán, creado directamente por Dios, hasta el advenimiento del diluvio (v.):La tradición yahwista recuerda tres de los hijos de Adán y Eva: Caín (v.), Abel (v.) y Set (v.). El segundo murió sin dejar descendencia, por haberlo matado Caín (4,8-25). De Caín nada dice el texto sacerdotal (Gen 5). Pero el yahwista, atento a señalar las consecuencias del primer pecado, señala que Caín, «alejándose de la presencia de Yahwéh» (4,16), habitó la región de Nod (del hebraico nad, vagar, errar), donde conoció a su mujer, que le dio a Henoc (del hebreo hanak, dedicar, construir). Caín dio el nombre de su hijo a la ciudad que edificó. No es por azar que se atribuya la invención de las ciudades a un gran pecador, pues la ciudad forma parte de una civilización con la cual estuvo en conflicto la religión de Israel (1. Chaine, Le livre de la Genése, París 1940, 80). A continuación se mencionan otros tres nombres: Irad, Mehuyael y Metusael, del cual nació Lamec, polígamo y criminal, que engendró a Yabel (del hebreo yabal, conducir), padre de los que habitan en tiendas y pastorean ganado mayor (hebreo miqneh), y a Yubal (del hebreo yobel, carnero, cuerno de carnero), padre de cuantos tocan el kinnor y la flauta.

Todos éstos fueron hijos de Lamec y de Ada. De la otra mujer, Sela, tuvo a Tubalcaín, «forjador de instrumentos de bronce y de hierro» (4,22) y una hija, Noema.

Pero Adán y Eva tuvieron hijos con afanes religiosos. En sustitución de Abel, Dios les dio a Set (v.), cuyo hijo, Enós=hombre, promovió el culto de Yahwéh. Con la mención de Enós se cierra en el yahwista la lista de los p. descendientes de Adán. ¿Contenía otros nombres? Seguramente figuraba también en ella el de Noé, ya que 5,29, actualmente en un contexto sacerdotal, presenta matiz yahwista.

El catálogo de p. de la tradición sacerdotal (Gen 5,1-32) se ciñe a un recuerdo descrito en estilo monótono y estereotipado, que sólo se interrumpe con breves noticias de índole religiosa al hablar de Adán y de Henoc. Como Adán fue creado a imagen de Dios, esta imagen se conserva en todos sus descendientes. De Henoc (v.) se dice que «anduvo con Dios», y que desapareció porque se lo llevó (hebreo laqah) Dios (5,23-24). La frase «andar con Dios» designa una santidad fuera de lo ordinario (Gen 6,9 Miq 6,8), mayor que la expresada por la fórmula «andar en la presencia de Dios» (Gen 17,1; 24,10). ¿Dónde se lo llevó Dios? Al paraíso (Eccli 44,16, quizá sea una adición). Entre los clásicos, la forma griega metézeken significa que el individuo pasa al rango de los dioses; idea que no puede compartir el autor sacerdotal, tan celoso de la trascendencia divina sobre todo lo creado. Dios se lo llevó, pero el texto no dice qué hizo de él y dónde lo colocó; pero deja entrever que debió de continuar viviendo con Dios, sin hablar de su muerte.

b. Sus años y su sentido. La lista sacerdotal señala la edad de cada p. al engendrar a su primogénito, el número de años que vivió después de este acontecimiento, con la indicación de que engendró otros hijos e hijas, y el número total de años al morir. Según el texto masorético, desde Adán hasta el diluvio transcurrieron 1.656 años; según el Pent. Samaritano, 1.307; según los Setenta, 2.262 (el códice A los rebaja a 2.242). El siguiente cuadro sinóptico permitirá comprobar el origen de estas divergencias.

En el cuadro sinóptico anterior figuran en la primera columna los años de cada p. al engendrar a su primogénito; en la segunda, el número total de años de su vida. Para obtener esta suma total desde Adán hasta el diluvio, hay que añadir 100 años a la primera columna de cada texto, ya que, según Gen 5,32, Noé tenía 500 años cuando engendró a su primogénito, y 100 años más tarde comenzó el diluvio (Gen 7,11). Las variantes que presentan los diversos textos muestran que el autor del Génesis se encontró ante una tradición muy incierta sobre los años transcurridos desde la creación de Adán hasta el diluvio. Pero, a sabiendas de que pisaba terreno muy movedizo e inconsistente, le era necesario llenar con algunos nombres un periodo prehistórico, del cual desconocía su naturaleza y duración. No tenía noción alguna de las ciencias geológicas y paleontológicas que se cultivan hoy día. Lo menos que le importaba era señalar los años precisos que duró este inmenso periodo anterior al diluvio, del cual desconoce también su emplazamiento en la Historia; pero, en cambio, tenía sumo interés en apropiarse el contenido de antiguas tradiciones heterogéneas sobre los p. antediluvianos y sus años de vida como medio apto para enseñar que entre la revelación primitiva, hecha al primer hombre, y Abraham (v.), el padre del pueblo escogido, no hubo solución de continuidad, sino que se transmitió por un grupo de hombres que permanecieron fieles a Yahwéh y se convirtieron en órgano transmisor de las verdades fundamentales religiosas y de las promesas mesiánicas que Israel había recibido en herencia. Para expresar esta idea, empleó un artificio literario y utilizó en grado máximo el valor simbólico de los números. No es pura casualidad que los tres p. alabados por su religiosidad (Enós, Henoc, Noé) ocupen respectivamente en la lista, los números tres, siete y diez. Los 777 años de la vida de Lamec recuerdan lo que él dice en su canto (Gen 4,24). La cronología de Cainán está constituida por múltiplos de siete. Es muy significativo que se mencionen 10 p., por cuanto dicho número significaba para los semitas plenitud y perfección (L. Arnaldich, o. c. en bibl. 309-10). Con ello quería significar el autor sagrado que no faltaba ningún anillo en la cadena que enlazaba a Adán con Noé y Abraham. Los Setenta conocieron la cronología hebraica de los patriarcas antediluvianos, pero, con el fin de armonizarla con los conocimientos más perfeccionados que tenían los egipcios de la antigüedad de las civilizaciones, revisaron los números y los aumentaron sistemáticamente y alargaron el tiempo transcurrido entre Adán y el diluvio. Así, vemos que asignan 100 años de más a los cinco primeros p. y al séptimo al engendrar a su primogénito.

c. Relaciones entre ellos y con otras tradiciones. Otra cuestión plantea la presencia en la genealogía yahwista y sacerdotal de p. con nombres idénticos (Adán, Henoc, Lamec) o parecidos (Caín y Cainán; Irad y Yared; Metusael y Metusalah -Matusalem-). Pudo suceder que la yuxtaposición de ambas tradiciones diera como resultado la inclusión de un mismo personaje en ambas listas, pero, a excepción de Adán, para los restantes, puede sostenerse que la identidad de nombres no significa identidad de personas, tanto más que el Henoc setita tiene poco parecido con Henoc, hijo de Caín, como tampoco el Lamec sanguinario de los cainitas con el Lamec de ascendencia setita. La presencia de nombres idénticos en ambas genealogías sería todavía una prueba más de su carácter simbólico y artificial, al expresar con ello el contagio de los buenos (los setitas) por el mal ejemplo de los malos (cainitas) en el terreno religioso.

Otro de los motivos que indujeron al autor del Génesis a reproducir el catálogo de p. antediluvianos según las diversas tradiciones israelíticas, fue que circulaban en Babilonia listas semejantes de ocho y diez reyes que reinaron en la mencionada ciudad desde los orígenes divinos de la realeza hasta el advenimiento del diluvio. En el texto W. B. 444, se citan ocho reyes, que reinaron en total 241.200 años. El último de la serie fue Ubara-dudu de Suruppak, padre de Um-napistim, el héroe del diluvio, según la epopeya de Gilgames (v.). El texto W. B. 62 contiene 10 nombres de reyes, que reinaron 456.000 años; el último rey fue Zi-u-sud-du, el héroe del diluvio en el texto de Nippur (S. Langdon, The Weld-Blundell Collection, en Oxford Editions of Cuneiform Inscriptions, 1924). El tercer texto, el de Beroso, menciona 10 reyes, con un reinado total de 432.000 años. El último de todos es Xisutros, que se identifica con Zi-u-sud-du.

Entre estas listas babilónicas y las de la Biblia existen analogías y discrepancias. En una y otra aparecen una cronología corta y otra larga; coinciden en su origen y en su término; el número de personajes es de 10 en W. B. 62, Beroso y en el relato sacerdotal, y de ocho en W. B. 444 y en la tradición yahwista. La coincidencia de nombres es muy problemática. La diferencia es radical al indicarse la función de estos personajes: en la Biblia son los antepasados de la humanidad; en Babilonia son reyes locales; en Babilonia el horizonte es nacional, en la Biblia es universal y de índole estrictamente religiosa. El héroe del diluvio babilónico se salva del cataclismo y se convierte en inmortal, como los dioses; Noé, salvado de las aguas, sigue siendo un hombre mortal.

d. Conclusiones. Unidad de la historia de la salvación. De lo dicho, podemos concluir que la lista de los p. b. antediluvianos no ofrece ningún dato histórico y geográfico concreto, ni supone una realidad cronológicamente histórica. Los nombres de los p. son de origen hebreo, lengua posterior a Abraham. El medio cultural de estos p. no es el Paleolítico (v.), sino el que existía en Israel en los tiempos en que se formaron estas tradiciones. Nada sabía el autor sagrado, ni la inspiración (v. BIBLIA III) le dotó de un conocimiento especial, de las condiciones materiales de vida existentes en los tiempos prehistóricos; pero le importaba demostrar por una cadena continua de nombres la unidad de la Historia de la salvación (v.). Con la lista de los p. antediluvianos, el autor sagrado quiso demostrar que, desde el punto de vista religioso, no hubo entre Adán y Noé, y entre éste y Abraham, solución de continuidad; que ningún eslabón faltaba en la inmensa cadena que unía dos fechas tan distantes, que eran creación del primer hombre y el diluvio. La conexión era perfecta, lo que expresa el autor al reducir a 10 el número de los patriarcas. A semejanza de S. Lucas, en la genealogía (v.) de Cristo, quiso el autor sagrado probar que Israel fue hijo de Noé, hijo de Lamec, hijo de Metuselah, hijo de Henoc, hijo de Yared, hijo de Malaleel, hijo de Cainán, hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios (L. Arnaldich, o. c. en bibl. 326). Por la Biblia no sabremos nunca cuál fue el promedio de vida del hombre paleolítico, ya que no quiso adoctrinarnos sobre este particular. La ciencia supone que vivía poco, y que no rebasaba ordinariamente los 40 años. La mortalidad en los primeros años era grande, y mayor entre las mujeres que entre los hombres. El reumatismo era casi general; las condiciones de vida, muy duras. Aparentemente, la longevidad de los p. está en contradicción con todo lo que nos enseña la paleontología. La Biblia y la ciencia tienen fines inmediatos distintos y siguen caminos distintos + 

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