Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

24 de agosto de 2014


(Is 22,19-23) "Dará un trono glorioso a la casa paterna"
(Rm 11,33-36) "Él es el origen, guía y meta del universo"
(Mt 16,13-20) "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo"
 Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Angelus, en Castelgandolfo (23-VIII-1981)
--- María, esclava y reina
--- Servir a Dios y a los hermanos
--- María, Reina de la paz
--- María, esclava y reina
“¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dedo primero para que él le devuelva? Él es origen, guía y menta del universo. A él la gloria por los siglos” (Rm 11,33-36).
En el abismo de generosidad, sabiduría y conocimiento de Dios, y en sus decisiones insondables se funda el hecho de que Ella, que no es sólo llamada “la sierva del Señor”, sino que lo fue realmente, tanto en el momento de la Anunciación que meditamos al rezar el Angelus, como en el momento de su elevación a la gloria, Ella obtuvo una parte singularísima en su Reino. De esta elevación de María nos habla la reciente solemnidad de la Asunción y asimismo la liturgia de la “coronación” en la gloria: memoria de Santa María Reina.
--- Servir a Dios y a los hermanos
¿Acaso no se ha hecho realidad en Ella —y sobre todo en Ella— la verdad de que “servir” a Dios quiere decir “reinar”?
Tal “reinar” es el programa de la vida cotidiana que nos enseña Cristo. A este propósito encontramos una enseñanza espléndida en los documentos del Concilio Vaticano II, en particular en la constitución sobre la Iglesia. Fijando, pues, la mirada en el misterio de la Asunción de María, de su “coronación” en la gloria, aprendemos diariamente a servir. A servir a Dios en nuestros hermanos. A expresar en nuestra actitud de servicio la “realeza” de nuestra vocación cristiana en todo estado o profesión, en todo lugar y tiempo. A traducir con esta actitud en la realidad de la vida diaria, la petición “venga a nosotros tu reino” que hacemos todos los días en la oración del Señor al Padre.
--- María, Reina de la paz
Que nuestra oración a María sea de nuevo un grito a la Reina de la Paz.
DP-161 1981
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
El Señor podría dirigirnos hoy esta misma pregunta: ¿Quién soy Yo para vosotros? La diversidad de opiniones de entonces con respecto a Jesús no sería muy distinta a la que existe hoy. Se admite que Jesús es un hombre admirable, un hombre de Dios, pero ¡Dios hecho hombre...! Aquellas palabras del escritor ruso: “¿puede un hombre culto, un europeo de nuestros días, creer aún en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios?” (Dostoyevski).
¡Confesemos la divinidad de Jesucristo, porque si la fe del centurión despertó en Él su admiración, la confesión de Pedro provocó un verdadero torrente de elogios: “¡Dichoso tú Simón...!”, y esta alabanza a Pedro nos alcanzará también a nosotros!
En su primer encuentro con Simón Pedro, Jesús le había adelantado que se llamaría Cefas, Roca en arameo (Cfr Jn 1,42). Ahora, años después, al volverlo a llamar así, los discípulos podían contemplar la roca sobre la que Herodes había construido un gran templo de mármol dedicado a Augusto. Al lado de aquella enorme construcción, Pedro, un modesto pescador de Galilea y cuya fragilidad queda patente en los Evangelios, podría parecer insignificante, y Jesús un soñador. Pero el tiempo ha dado la razón a Jesucristo.
“Tú eres Pedro”. Estas palabras cobran toda su fuerza para nosotros cuando se leen, como debe ser, en el contexto de todo el AT. La imagen de la roca, era una imagen clásica con la que se designaba a Yahveh, y muy próxima a la de templo. “Tú eres Pedro... aunque Yo soy la piedra inconmovible, la piedra angular..., sin embargo, también tú eres piedra (Pedro), porque eres consolidado por mi propia fuerza y porque las prerrogativas que son y siguen siendo mías, las compartes conmigo por la comunicación que Yo te hago de ellas” (S. León Magno Serm. 4).
“Te daré las llaves”. Las llaves del Reino le habían sido prometidas al hijo de David. En ese Reino, sólo el Mesías poseería las llaves con pleno derecho, como enseña el Apocalipsis (Cfr 3,7). Pedro debió quedar mareado ante esta promesa. Sin embargo, el sentido era claro: el Reino de los Cielos aquí en la tierra estaría en sus manos. Y para reforzar sus palabras, Jesús le asegura explícitamente que todos sus actos serán ratificados en los cielos. Jesús conoce la debilidad humana —como la de Pedro— y el escándalo que ella puede despertar cuando quienes le representan en la tierra no están a la altura de su misión. Con todo, ha querido que su mensaje de salvación sea difundido de modo infalible por su Iglesia. Pedro es el representante personal, el vicario de Cristo en la tierra, la Cabeza del Colegio Apostólico.
Dejemos a un lado las críticas y las reticencias hacia la Iglesia, como si Ella y sus enseñanzas estuvieran en contraste con lo que Jesús hizo y dijo. Nosotros no sabríamos hoy quién es Jesucristo, qué hizo y qué dijo a no ser por la Iglesia. Hay que ser consecuentes con la lógica de la Encarnación, por la que la divinidad se adapta a la debilidad humana. Para estar seguros de que tenemos el tesoro de la verdad salvadora de Cristo, hay que amar el vaso de barro que la contiene (Cfr 2
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«La fe de Pedro fundamento y centro de comunión de la Iglesia»
I. LA PALABRA DE DIOS
Is 22,19-23: «Colgaré de su hombro la llave del palacio de David»
Sal 137,1-2a.2bc-3.6.8bc: «Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos»
Rm 11,33-36: «Él es origen, guía y meta del universo»
Mt 16,13-20: «Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los cielos»
II. APUNTE BÍBLICO-LITÚRGICO
Himno petrino: Es correlativo a la confesión de fe. Porque «Pedro... dijo: Tú eres el Mesías...», Jesús responde: «Tú eres Pedro...». Pedro posee todo el poder del Reino, porque se le han dado «las llaves» (1ª Lect.). Por eso, es capaz de poner en sintonía las decisiones y el perdón que se otorgan en la Iglesia, aquí en la tierra, con los designios y la reconciliación de Dios en el cielo. La fe de Pedro, a una con la Palabra de Cristo o con Cristo, es el fundamento inamovible de la Iglesia, el centro de comunión entre la tierra y el cielo, la Iglesia de aquí y Dios. La Iglesia es el comienzo de la nueva creación en este mundo, a partir del Señor resucitado.
«Les mandó que no dijeran a nadie» quién era Él y el misterio de su vida, porque los hombres no estaban aún preparados para entender al Hijo del hombre y su obra la Iglesia, con la que Él se identifica.
III. SITUACIÓN HUMANA
Es demasiado fuerte el contraste entre el lugar de Pedro en la Iglesia, según el Evangelio entendido por la Tradición viva de la misma Iglesia, y la actitud de algunos fieles católicos distanciados de Pedro y aun opuestos a él con frecuencia. ¿Qué hacer en esta crisis real que padece la Iglesia?
IV. LA FE DE LA IGLESIA
La fe
– La lectura del Evangelio pertenece a la fe de la Iglesia: "El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella; lo instituyó pastor de todo el rebaño» (881).

– La fe de la Iglesia aplica el Evangelio a los tiempos siguientes: "El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, «es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles» (LG 23)..." (882; cf 883).
La respuesta
– El Catecismo de la Iglesia Católica insiste en el desarrollo «entre los cristianos de un verdadero espíritu filial con respecto a la Iglesia. Es el desarrollo normal de la gracia bautismal, que nos engendró en el seno de la Iglesia y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo...» (2040).

– Ese «espíritu filial» elimina el distanciamiento y hasta oposición al magisterio. Por otra parte, no se han de levantar con facilidad oposiciones insalvables entre la fe y la razón, la norma y la conciencia, pues «el mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha hecho descender en el espíritu humano la luz de la razón... Por eso, la investigación metódica... según las normas morales, nunca estará realmente en oposición con la fe, porque... tiene su origen en el mismo Dios» (159).
El testimonio cristiano
– " «... Es a la misma Iglesia, a la que ha sido confiado el 'Don de Dios'... Es en ella donde se ha depositado la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu Santo... confirmación de nuestra fe y escala de nuestra ascensión hacia Dios... Porque allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda gracia» (San Ireneo, haer. 3, 24, 1)" (797).

Por la fe se otorgan a Pedro la misión y los carismas que, según el Evangelio, lo colocan como fundamento de la Iglesia y centro de comunión en ella. Cada Eucaristía se celebra en comunión con la fe de Pedro. Nosotros hoy hemos de adherirnos sin titubeos a la fe del centro de unidad de la Iglesia.
Homilía IV: Homilía pronunciada por S.S. Benedicto XVI
VIAJE APOSTÓLICO A MADRID CON OCASIÓN DE LA XXVI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
Aeropuerto Cuatro Vientos de Madrid
Domingo 21 de agosto de 2011
Queridos jóvenes:
He pensado mucho en vosotros en estas horas que no nos hemos visto. Espero que hayáis podido dormir un poco, a pesar de las inclemencias del tiempo. Seguro que en esta madrugada habréis levantado los ojos al cielo más de una vez, y no sólo los ojos, también el corazón, y esto os habrá permitido rezar. Dios saca bienes de todo. Con esta confianza, y sabiendo que el Señor nunca nos abandona, comenzamos nuestra celebración eucarística llenos de entusiasmo y firmes en la fe.
Con la celebración de la Eucaristía llegamos al momento culminante de esta Jornada Mundial de la Juventud. Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes, mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos (cf. Jn 15,15). Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre. Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza de su amor, deseamos corresponder con toda generosidad a esta muestra de predilección con el propósito de compartir también con los demás la alegría que hemos recibido. Ciertamente, son muchos en la actualidad los que se sienten atraídos por la figura de Cristo y desean conocerlo mejor. Perciben que Él es la respuesta a muchas de sus inquietudes personales. Pero, ¿quién es Él realmente? ¿Cómo es posible que alguien que ha vivido sobre la tierra hace tantos años tenga algo que ver conmigo hoy?
En el evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16, 13-20), vemos representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos. Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con lo que es la primera confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad.
Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con Él. También Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro con el Señor resucitado les abrió los ojos a una fe plena.
Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone.
En su respuesta a la confesión de Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Qué significa esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza.
Queridos jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él.
Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios.
De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios.
Queridos jóvenes, rezo por vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os encomiendo a la Virgen María, para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y os enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. Os pido también que recéis por el Papa, para que, como Sucesor de Pedro, pueda seguir confirmando a sus hermanos en la fe. Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al Señor, para que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio eficaz de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres y la fuente viva de su esperanza. Amén.

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