San Pedro Crisólogo, obispo
Cuando Jesús enseñaba con sus parábolas quería que la multitud entendiera un punto esencial: Que el Reino de Dios era para todos, no solo para los judíos. El Reino que Jesús inauguró en la tierra es para todo ser humano. Nadie hay que sea demasiado pequeño o sin importancia para ser recibido en él.
No fue por accidente que San Mateo situó estas palabras en el centro de su Evangelio. El punto culminante del Evangelio, la verdad revelada por Jesús, consiste en esto: Que el Reino de Dios está abierto a todos. Se inició en un oscuro rincón del mundo, entre gente pequeña, poco notable, en una época de la historia en que las comunicaciones mundiales no existían. ¡Este es el misterio, la maravilla de la obra de Dios en su pueblo! Lo que parece absolutamente insignificante, puede tener grandes resultados.
En nuestros hogares o trabajos, a veces mundanos, en las rutinas de la vida, nunca debemos subestimar lo que el Señor puede hacer por medio nuestro, cuando somos obedientes. La mayoría de nosotros pensamos que somos gente común, y que lo que hacemos es relativamente insignificante en el plano eterno de las cosas. Sin embargo, para Dios todos somos valiosísimos, y cada uno es esencial para el Cuerpo de Cristo. Por lo general, como no somos ni ricos ni famosos, pensamos que lo que hacemos no es realmente importante.
¡Pero Dios no piensa así! Solo basta con mirar la forma como inauguró su Reino en la tierra: por medio de un carpintero pobre de una nación subyugada. O cómo hizo que la joven Teresa de Lisieux, sencilla religiosa francesa oculta en un convento carmelita, llegara a ser santa; o cómo logró que la madre Teresa de Calcuta fuera un faro de su amor ante el mundo. En realidad, muchos santos han venido de familias sencillas que confiaron en el Señor. Debemos, pues, perseverar y dejar que la semilla de mostaza, que lleva el potencial de la vida, crezca y llegue a ser transformadora.
“Señor, nada hay demasiado pequeño ni demasiado insignificante para que Tú lo utilices. Concédenos, Señor, la gracia de creer que Tú estás siempre actuando, aun cuando no podemos verte, y danos la fe y la visión para creer que, si somos obedientes, no habrá límites a lo que Tú puedes hacer.”
Jeremías 13:1-11
Deuteronomio 32:18-21
Mateo 13:31-35
Deuteronomio 32:18-21
Mateo 13:31-35
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