Ustedes son la sal
de la tierra……. Ustedes son la luz del mundo.
Mt 5, 13-16
USTEDES SON LA SAL
DE LA TIERRA.
Los discípulos de
Jesús, en su misión de predicar el reino, han de ser la sal de la tierra. Esta
tierra no es sólo Palestina, sino que tiene valor universal, como se ve por su
paralelismo con la luz del mundo. Es la orden que dará Jesús de predicar a
todas las gentes -san Mateo 28:19-20-.
En el ambiente judío
se le reconocen a la sal varias propiedades: dar sabor y gusto a la comida,
librar a la carne y pescados de la corrupción, y los rabinos también destacan
en la sal el valor purificador.
A la masa doctrinal
y moralmente viciada del mundo y del fariseísmo hay que salvarla con la
doctrina de Jesús, purificarla de su descomposición; lo mismo que a estas
creencias hay que darles el sabor y gusto de Jesús. Esto hace ver que esta
parte del sermón se dirige a apóstoles y discípulos, que son los que tienen la
misión de salar la masa.
Pero hay un fuerte
alerta para éstos. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a
salar? Esta frase es un proverbio usado en la literatura rabínica. Y se alude a
una sal extraída del mar Muerto y que perdía su sabor muy pronto. La alegoría
acusa una gran responsabilidad para los discípulos. Esta sal de su vida
cristiana puede perderse; por eso exige el esmero de su defensa y conservación.
Pues si se pierde no vale para nada, Dice Jesús: Ya no sirve para nada, sino
para ser tirada y pisada por los hombres, ni para la tierra es útil ni aun para
el basurero (Lc), sino para tirarla afuera.
Conforme a las
viejas costumbres de Oriente, todo lo que no sirve se lo tiraba a las
callejuelas. Si el apóstol pierde su sabor de Jesús — por preparación y vida —,
no vale para testimoniar a Jesús, y entonces se lo tira fuera. Nos preguntamos
pero ¿de dónde? ¿del apostolado, de Jesús, del reino? Sólo vale, conforme al
ejemplo puesto de tirar la sal y lo que sobra a las callejuelas, por lo que lo
pisan los hombres y animales que por allí transitan, para que también a él lo
pisen los hombres. Pero estos rasgos deben de ser simbólicos o figurados,
imagen de desprecio en que caen los discípulos caídos de su fervor, entusiasmo
y pasión, incluso ante los hombres.
USTEDES SON LA LUZ
DEL MUNDO.
Este oficio
apostólico se expresa con otras dos imágenes. Son luz del mundo. La luz se
enciende para lucir. En las casas palestinas antiguas, con una sola y grande
habitación, se encendía la pequeña lucerna de barro y se la ponía sobre el
candelero, en lugar alto, para que alumbre a cuantos hay en casa.
Y no se enciende una
lámpara para meterla debajo de un cajón. No se la ponía bajo el modio, medida
de áridos con capacidad de algo más de ocho litros, pues se evitaría que
luciese. -se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están
en la casa - La luz de los apóstoles de Jesús no es para ocultarse, sino para
iluminar a los que están en tinieblas con la iluminación del reino - Felipense
2:15 -.
Así debe brillar
ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean
sus buenas obras Al ver sus obras se glorificará al Padre, autor de esta obra -
y glorifiquen a su Padre que está en el cielo -.
En el pueblo judío
estaba muy empapado en el que Dios fuese alabado por todos a causa de sus
obras. Ni hay contradicción con san Mateo 6:5-16, en donde se dice que no se
hagan las obras para que los hombres les vean. Allí habla del apóstol, cuya
misión es lucir; aquí del espíritu de modestia en la conducta cristiana.
Dice Jesús: No se
puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Por una semejanza
evocadora, junta a la comparación de la luz se pone la de las ciudades
construidas sobre las montañas. En Palestina era frecuente emplazar los pueblos
en los altos. Desde el lugar donde, tradicionalmente, se sitúa este sermón, se
veían en lo alto de las montañas Safet, Séfforis e Hippos. Acaso Jesús señaló alguna
de ellas y la tomó por semejanza de su enseñanza. Como la ciudad puesta en lo
alto de una montaña no puede menos de verse, así el apóstol del reino no puede
ocultarse; ha de verse, dejarse ver, actuar.
Estas dos
comparaciones sobre el oficio de los apóstoles de Jesús — sal y luz — tienen
finalidades algún tanto distintas. La primera mira a la preparación y santidad
del apóstol; la segunda, a que no se oculten los valores necesarios para el
apostolado; ni, incluso, como se ve en otros contextos, porque aguarden
persecuciones. Pues la tierra espera su sal y su luz.
Que Cristo Jesús
viva en sus corazones
¿EN QUÉ MEDIDA MIS
SENTIDOS, ENCENDIDOS POR EL FUEGO DEL ESPÍRITU, SE COMUNICAN CON DIOS?
El hombre «ha sido
creado para realizar obras buenas» (Ef 2,10), para irradiar la luz que Cristo
derrama sobre él (cf. Ef 5,14). El Señor, que es la lumen illuminans, la luz
que ilumina, nos transforma en lumen illuminatum, la luz que se refleja sobre
nosotros (Gregorio Magno). La comunidad de los «iluminados» (Heb 6,4; 10,32)
viene a constituir aquel candelabro de oro, imagen de la Iglesia, donde Cristo
establece su morada (Ap 1,13). El candelabro de los siete brazos remite, en la
tradición judía, a la totalidad del tiempo (la primera semana del Génesis) y a
la totalidad de la persona, resumida, de manera simbólica, en los sentidos
superiores con sus siete orificios (dos ojos, dos orejas, dos narices y la
boca).
Meditaré
reflexionando en qué medida irradian luz mis sentidos, a través de los que
interactúo con la humanidad y con el cosmos. ¿En qué medida mis sentidos,
encendidos por el fuego del Espíritu, se comunican con Dios?
ORACIÓN
Señor, tú que has
dicho: «Venid a mí y seréis iluminados» (cf. Sal 34,6), difunde tu luz en mi
corazón. Enciende mis sentidos con el fuego del Espíritu de Pentecostés, para
que pueda yo «caminar a la luz de tu rostro» (Sal 90,16). Concédeme irradiar tu
luz en medio de los hombres, para hacer desaparecer las tinieblas de la ignorancia
y del pecado.
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
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