Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

30 de diciembre de 2011

LECTURAS DEL DÍA 30-12-2011


30 DE DICIEMBRE DE  2011.1ªSemana del salterio. JORNADA POR LA  FAMILIA Y POR LA VIDA (Ciclo B) FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA. , MES DEDICADAO A LA DAGRADADA FAMILIA: JESÚS MARÍA Y JOSÉ. SS..Félix I pp, Hermes mr, Rainero ob, Rogelio ob.Santoral Latinoamericano.La Sagrada Familia Sabino, Rainiero
 


En medio del tiempo de Navidad -este año concretamente en el mismo día siguiente- la Iglesia fija nuestra atención en una realidad muy humana de la vida de Jesús: como todo ser humano Él contó con una familia que lo crió. Tuvo un padre y una madre humanos, un ambiente vital en el que se levantó hasta llegar a ser un adulto, que lo modeló y preparó para realizar su misión.

La primera lectura está tomada del libro de Ben Sirá o “Sirácida” (llamado antiguamente “Eclesiástico”. Se prefieren ahora estas designaciones para evitar la confusión muy frecuente con el libro del Eclesiastés o “Qohélet), que pertenece al grupo de los libros sapienciales del Antiguo Testamento. En él se nos brindan enseñanzas para saber vivir en la presencia de Dios y en la comunidad humana. Muchas de dichas enseñanzas tienen que ver con la familia. Seguramente Jesús amó, respetó y obedeció a sus padres como se nos enseña en la lectura. La mayor parte de su vida la pasó en compañía de los suyos, aunque no sabemos casi nada de las circunstancias de ese período de su vida que llamamos “vida oculta”. Los judíos en la época de Jesús, y muchos de los pueblos primitivos, no conocían, ni conocen, las actuales dificultades y crisis por las que atraviesa en nuestra época la institución familiar. Lo normal era que la familia permaneciera unida, que los vínculos entre sus miembros fueran muy estrechos y positivos. Es cierto que entre los judíos existía el divorcio, a favor del varón, y que la mujer estaba completamente sometida a la voluntad de su padre mientras era soltera y de su esposo cuando se casaba; pero esto se vivía con naturalidad, pues no existían los criterios y movimientos de autonomía femenina que existen en nuestra época, ni los juicios de “machismo” o “sexismo” para ciertas actitudes, como tenemos hoy. Otra cosa muy distinta es la actitud de Jesús frente a su familia una vez comenzada su misión. Sabemos por los evangelios que abandonó su casa, que no formó una familia propia sino que se dedicó por entero a su vocación de proclamar la Buena Noticia; que cuando su familia intentó ponerle alguna traba, recordándole quizá sus obligaciones, Jesús reaccionó con independencia soberana. No obstante todo eso, el evangelista san Juan nos presenta a la madre de Jesús al pie de la cruz, y san Lucas la coloca claramente entre los miembros de la Iglesia naciente.

El pasaje de la carta paulina a los Colosenses es una exhortación a la vida de amor en el seno de una comunidad cristiana. Si Dios nos amó y nos perdonó en Jesucristo, también nosotros debemos amarnos y perdonarnos los unos a los otros. La Iglesia es como una gran familia que vive en la presencia del padre Dios con los sentimientos tan elevados y nobles que San Pablo enumera en su carta: misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión, perdón mutuo, paz... Se nos llega a decir que somos un solo cuerpo y que Cristo es como el árbitro en nuestro corazón.

Por su parte la familia cristiana no debe ser como cualquier familia, debe vivir abierta a la entera comunidad eclesial, de suyo debe ser como una especie de “iglesia doméstica” que se integra a la gran Iglesia constituyendo uno de sus pilares fundamentales. Las relaciones entre los esposos cristianos no están regidas por un simple contrato civil de matrimonio, entre ellos se realiza el misterio del amor de Dios significado en el sacramento del matrimonio y, junto con sus hijos, deben vivir los mismos ideales que san Pablo traza para la Iglesia entera.

En el evangelio de San Mateo se nos presenta un momento concreto de la vida de la sagrada familia: el de su huida a Egipto para evitar la persecución desatada por Herodes. ¿Acaso no debemos admirar la valentía, la solicitud y la prudencia con que José cumple las instrucciones del ángel, y la docilidad de María? ¿Acaso no es el pasaje un ejemplo de la providencia paternal de Dios sobre estos humildes esposos, a los cuales ha confiado los primeros pasos de su enviado? José buscó para los suyos, siguiendo las inspiraciones divinas, un lugar tranquilo y seguro, en donde pudieran vivir honestamente, dedicados a sus humildes oficios, en la paz doméstica. Por todo esto la Iglesia propone a las familias cristianas este ejemplo: el de la sagrada familia de Nazaret, en la que seguramente se daban las virtudes de que se nos habla en las dos primeras lecturas.

Mirando un poco más allá del cuadro idílico de la casa de Nazaret, podemos hacernos esta reflexión: la familia no fue para Jesús un obstáculo a la hora de emprender su tarea salvadora. Seguramente María sintió la separación de su hijo. Como toda madre hubiera querido retenerlo junto a la seguridad de su amor. Pero, como toda madre consciente, comprendió que su hijo debía ser él mismo, debía encontrar el sentido y la meta de su existencia, y a este deber ella se plegó humilde y amorosamente, ella que sabía de escuchar la Palabra y acogerla en el corazón.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Si 3,2-6.12.14: Quien teme al Señor honra a sus padres.
Salmo responsorial 127. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.
Col 3,12-21: La vida de familia vivida en el Señor.
Mt 2 13-15.19-23: Coge al niño y a su madre y huye a Egipto.

Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Los textos de la liturgia hacen referencia a temas familiares. En la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, escuchamos los consejos que un hombre, Ben Sirac, que vivió varios siglos antes de Jesucristo, da a sus hijos. El respeto y la veneración de éstos hacia sus padres es cosa agradable a los ojos de Dios, que éste no dejará sin recompensa. Los hijos que veneren a sus padres serán venerados a su vez por sus propios hijos. Todos estos consejos, aun conservando hoy plena validez, parecen insuficientes, puesto que están dados desde una mentalidad estrictamente rural, en donde otros aspectos de la vida familiar no son tenidos en cuenta. No sólo importa hablar hoy del respeto que los hijos deber a los padres, sino de la actitud de éstos con relación a los hijos. Esta insuficiencia resulta particularmente notable en momentos como los actuales, cuando la familia tiene planteados problemas de pérdida de sus funciones.

Desde una perspectiva cristiana, la familia continúa teniendo una función insustituible: ser una comunidad de amor en donde los que la integran puedan abrirse a los demás con una total sinceridad y confianza. Dejando aparte los consejos que en último lugar da San Pablo, y que son puramente circunstanciales y muy ligados a las costumbres y mentalidad de la época, la exhortación a la mansedumbre, a la paciencia, al perdón y, sobre todo, al amor, es algo realmente básico para la familia de nuestro tiempo.

El evangelio de Lucas que hoy proclamamos nos cuenta –dentro del género de los «relatos de la infancia»- el rito de la presentación del niño en el Templo, celebrado también por los padres de Jesús. El fragmento de hoy concluye con unas palabras muy importantes, que, junto con otros pasajes paralelos de Mateo, proclaman el “progreso” en el “crecimiento” de Jesús «en edad, sabiduría y gracia, ante los hombres y ante Dios».

Tiempos hubo en que la «cristología vertical descendente» clásica se veía en la necesidad de corregir estas palabras diciendo que, obviamente, eran metáforas, porque Jesús no podía «crecer, progresar en sabiduría ni en gracia», ya que era perfecto... La cristología renovada, «ascendente» ahora, por el contrario, se fijó en estos versículos y los subrayó: sería el evangelio mismo el que nos estaría afirmando que Jesús «fue haciéndose», no sólo creciendo en edad, sino «en sabiduría» e incluso «en gracia».

Este evangelio, y sus paralelos, es, por ello muy importante, por cuanto nos insta a desvincularnos de los planteamientos metafísicos griegos fixistas. La «encarnación» no sería un chispazo de conexión instantánea entre dos «naturalezas», sino todo un proceso histórico.

Pablo da algunos consejos para la convivencia con otros. Se requiere humildad, acogida mutua, paciencia. Y si fuese necesario, perdonar. Así procede Dios con nosotros. Su actitud debe ser el modelo de la nuestra (v.12-13). Pero, “por encima de todo”, está el amor, de Él tenemos que revestirnos, dice Pablo empleando una metáfora frecuente en sus cartas (v.14). De este modo “la paz de Cristo” presidirá en nuestros corazones (v.15).

Si el amor es el vínculo que une a las personas, la paz se irá construyendo en un proceso, los desencuentros irán desapareciendo (los enfrentamientos también) y las relaciones se harán cada vez más trasparentes. En el marco de la familia humana, esos lazos son detallados en el texto del Eclesiástico (3,3-17).

Lucas nos presenta a la familia de Jesús cumpliendo sus deberes religiosos (vv. 41-42). El niño desconcierta a sus padres quedándose por su cuenta en la ciudad de Jerusalén. A los tres días, un lapso de tiempo cargado de significación simbólica, lo encuentran. Sigue un diálogo difícil, suena a desencuentro; comienza con un reproche: “¿Por qué nos has hecho esto?”. La pregunta surge de la angustia experimentada (v. 48). La respuesta sorprende: “¿Por qué me buscaban?” (v. 49), sorprende porque la razón parece obvia. Pero el segundo interrogante apunta lejos: “¿No sabían que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”. María y José no comprendieron estas palabras de inmediato, estaban aprendiendo (v.50).

La fe, la confianza, suponen siempre un itinerario. En cuanto creyentes, María y José maduran su fe en medio de perplejidades, angustias y gozos. Las cosas se harán paulatinamente más claras. Lucas hace notar que María “conservaba todas las cosas en su corazón” (v. 51). La meditación de María le permite profundizar en el sentido de la misión de Jesús. Su particular cercanía a él no la exime del proceso, por momentos difícil, que lleva a la comprensión de los designios de Dios. Ella es como primera discípula, la primera evangelizada por Jesús.

No es fácil entender los planes de Dios. Ni siquiera María “entiende”. Pero hay tres exigencias fundamentales para entrar en comunión con Dios: 1) Buscarlo (José y María “se pusieron a buscarlo”); 2) Creer en Él (María es “la que ha creído”); y 3) Meditar la Palabra de Dios (“María conservaba esto en su corazón”).

PRIMERA LECTURA.
Si 3,2-6.12-14.
El que teme al Señor honra a sus padres.

Dios hace al padre más respetable que a los hijo y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha.
Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 127, 1-2. 3. 4-5
R/.Dichosos los que temen al Señor

Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás, dichoso, te irá bien. R.

Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa. R.

Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida. R.

SEGUNDA LECTURA
Colosenses 3, 12-21
La vida de familia vivida en el Señor

Hermanos: Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.

Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente.

Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 2,22-40.
El niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría.

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, [de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones."

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma."

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.]

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Palabra del Señor.



Reflexión de La Primera lectura: Si, 3,2-6.12-14. El que teme al Señor honra a sus padres.

Unos dos siglos antes de Cristo comenzó en Palestina la helenización de las ideas y las costumbres. Al principio fue un proceso favorecido por la moda de la clase dirigente, más tarde impuesto pragmáticamente por la política de Antíoco Epífanes (175-173). Ben Sirá, el autor del Eclesiástico, representa la vieja sabiduría de Israel que sale al paso de estas innovaciones extranjerizantes. Es comprensible que en aquella situación de colonización cultural, el sabio de Israel se preocupara especialmente de la educación de la juventud y pusiera sus ojos en la familia, que siempre ha sido el baluarte de las tradiciones de un pueblo.

El esquema de la familia es patriarcal: el padre, la madre y los hijos constituyen una jerarquía, un orden santo que es menester conservar a toda costa. Una familia así privilegia el pasado y la estabilidad, consiguientemente la tradición y el orden. Para mantener dicha estructura en beneficio de la herencia espiritual de Israel, Ben Sirá inculca a los jóvenes todas aquellas virtudes que la favorecen: la obediencia, el respeto a los mayores, la solicitud por los padres que se encuentran en necesidad y confiere a dichas virtudes un valor religioso.

v. 5: Dios escucha a los buenos hijos que honran al padre y a la madre. Les concede larga vida y prosperidad, les perdona sus pecados.

v. 14: Los judíos atribuían a la limosna un valor expiatorio, tanto es así que las riquezas adquirían con frecuencia un aprecio especial porque permitía hacer limosnas y santificarse. La Iglesia reconoce igualmente el valor penitencial de la limosna.

Pero la limosna no vale nada si no se hace con verdadero amor, pues en definitiva es el amor al prójimo lo que cuenta para reconciliarse con Dios. El autor reconoce el valor expiatorio de la limosna hecha a los padres: es como un sacrificio a Dios para alcanzar el perdón de los pecados. Siendo esto así, Jesús criticará con razón la costumbre de escribas y fariseos de abandonar a los propios padres en su necesidad con el pretexto de dar culto a Dios (la práctica del "corbán", Mc, 7,10-13.

La estructura de la familia va cambiando en la historia. Sería absurdo pensar que el modelo de la familia patriarcal es el modelo perfecto, o el único deseado por Dios. El autor sagrado se preocupa de la familia tal y como él la conocía entonces, descubre sus valores y los defiende; pero todo esto lo hace para proteger y salvar una tradición que ha llegado a ser en Jerusalén la herencia de todos los creyentes. Desde nuestra situación histórica y teniendo en cuenta la estructura más democrática de la familia, es preciso acentuar también el respeto que merecen los hijos a los padres y la igualdad de la mujer frente a su marido.

Por otra parte, los cristianos debemos acordarnos de la relativización que hizo Jesús de los vínculos familiares en atención a la mayor estima de la nueva solidaridad de los hombres creada por el Evangelio. La familia de Dios está por encima de toda familia meramente humana.

Ben-Sira vive en Jerusalén dentro de una familia acomodada en la que no faltan los medios de educación de los hijos. Padre de familia, toma muy en serio sus responsabilidades y confía en que sus hijos se sometan a su autoridad.

En una época en que la presión del helenismo comienza a hacerse sentir, la familia aparece, efectivamente, como la principal célula de la resistencia al paganismo.

No es preciso, sin embargo, alabar en demasía las intenciones de Ben Sira. Según él, el objetivo del padre de familia debe ser la felicidad de los suyos: la seguridad de vivir "largos días" (v. 6) y de beneficiarse de la bendición de Dios (vv. 8-9). A cambio, los padres cosecharán honor y reputación (=gloria: vv. 2-6) si sus hijos son bien educados.

El ideal familiar de Ben Sira es, pues, bastante mediano: se para en la felicidad, y el mejor modo de obtenerla consiste en recibir, sin protestar, la educación y la formación de los padres. El hijo entra en un molde prefabricado que se llama sabiduría o experiencia, al cabo de los cuales encontrará la comodidad.

Tales perspectivas, normales todavía en muchas familias de hoy, no responden ya exactamente a las exigencias modernas; la rebelión de los jóvenes, extendida por todas partes, es un índice seguro.

En la época de Ben Sira, dominada todavía por la cultura rural, la comunidad natural es, casi exclusivamente, la única comunidad básica: familia, clan y aldea aseguran el ambiente cultural y relacional del hombre y toda la atención se fija en los deberes propios de estas comunidades: relaciones conyugales, relaciones entre padres e hijos, ayuda y justicia para con el "prójimo".

Ahora bien, el horizonte de nuestra civilización se ha ampliado sobre manera: el hombre vive cada vez menos dentro de sus comunidades naturales -además domina la naturaleza y sus determinismos-; vive, por el contrario, dentro de comunidades artificiales de todo género (ciudad, profesión, sindicato, partido...) en las que está, por lo demás, lejos de ser perfectamente integrado.

La familia no ha perdido toda su misión, pero debe compartirla con comunidades complementarias. Ahí reside precisamente la tensión: la familia burguesa cristiana tiene dificultad para comprender esta complementariedad y la moral que enseña consiste siempre en estudiar exclusivamente las relaciones de tipo rural como son las relaciones conyugales, el confort y la comodidad, la justicia con el vecino, la propiedad soñada y la obediencia de sus hijos, mientras que estos últimos están ya implicados en comunidades a escala cósmica, sensibilizados a la paz en el mundo, a la ayuda a los países en vías de desarrollo, a la revolución, etc.

Mientras que el futuro de nuestro mundo es inquietante y lleno de riesgos, algunos cristianos tienden a tomar una postura de miedo y de conservadurismo. Se repliegan entonces en la defensa de comunidades naturales ("familia y patria") y responden mal a las exigencias de los que viven en plan de comunidades artificiales y buscan en ellas su inclusión y su ética.

Las relaciones familiares constituyen una de esas áreas en las que, según el Sirácida, se tiene ocasión de practicar la devoción a Dios. En 30, 1-13 y 42, 9-14 trata de los deberes de los padres en la educación de los hijos; aquí en cambio se refiere a las actitudes que han de observar los hijos frente a los padres. El cuarto de los diez mandamientos era muy importante en el judaísmo tardío (Prov 19, 26; Rut 1, 16; Tob 4, 3-4).

Además de pertenecer a la naturaleza de las cosas, el derecho paterno sobre los hijos está refrendado por Dios; y la Biblia asocia siempre a la madre a la autoridad del padre: "Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra, que Yave tu Dios te va a dar" (Ex 20, 12). El anciano Tobías se dirige a su hijo en estos términos: "honra a tu madre y no le des un disgusto en todos los días de tu vida; haz lo que le agrade y no le causes tristeza por ningún motivo. Acuérdate, hijo, de que ella pasó muchos trabajos por ti cuando te llevaba en su seno" (Tb 4, 3-4). Según el Eclesiástico, existen varias maneras de borrar los efectos del pecado. Por supuesto, los sacrificios del templo, pero también la limosna (3, 30), perdonar a los demás (28, 2), ayunar (34, 26), evitar el mal (35, 3) y la piedad hacia los padres: El que respeta a su madre, acumula tesoros. Tanto aquí como en 1 Tim 6, 19, el verbo "atesorar" se emplea en sentido metafórico, para designar ese cúmulo de buenas obras y de méritos que son fuentes de recompensas.

Además de recibir el contento de sus propios hijos, el que honra a su padre ve atendidas sus plegarias cuando en momentos de necesidad se dirige a Dios. Es como la ley del talión: la conducta observada con sus padres, esa misma observarán los suyos propios con relación a ellos (cf. Mc 4, 24). Finalmente, la piedad hacia los padres se verá compensada con una larga vida.

Los últimos versículos especifican de una manera más concreta el amor y la veneración que se debe a los padres.
Pueden servirnos las palabras del traductor griego de esta obra "... mi abuelo Jesús, después de dedicarse intensamente a leer la Ley, los Profetas y los restantes libros paternos..., se dedicó a componer por su cuenta algo en la línea de la sabiduría e instrucción, para que los deseosos de aprender, familiarizándose también con ello, pudieran adelantar en una vida según la Ley".

El autor, asumiendo el papel de padre, instruye al discípulo sobre sus obligaciones con los antepasados. Es el único comentario que existe en el Antiguo .Testamento sobre el Decálogo, concretamente del quinto mandamiento (= cuarto de nuestros catecismos); honrar padre y madre.

En el texto, padre y madre son intercambiables. Lo que se predica del uno puede afirmarse del otro ya que los dos representan, por igual, a la institución familiar. El relato gira sobre los términos temor, respecto, honra. Es lo que el maestro trata de inculcar al discípulo: dar a los padres toda la importancia que tienen y se merecen, especialmente en los días aciagos de la vejez. Y no sólo de palabra sino también de obra.

Existen muchas razones humanas para honrar a los padres ya que su vida se perpetúa en la de los hijos -los dos no son sino partes de un mismo ser (v. 11)-, pero el texto insiste más en las razones religiosas: nos transmiten la vida que es don divino, siendo ellos los continuadores de su obra creadora y salvadora. Además el honrar a los padres es fruto del temor a Dios (v. 8), principio y raíz, corona y plenitud de toda sabiduría. Sólo el que teme a Dios, es decir el que se entrega a Dios con un amor real e incondicional, es capaz de valorar, en toda su profundidad, el papel insustituible de los padres. Con su haber, los padres reflejan la paternidad divina.

Otros muchos textos bíblicos hablan de los padres. Una muestra: "corona de los ancianos son los nietos, honra de los hijos son los padres" (Pr 17/06), "escucha al padre que te engendró, no desprecies la vejez de tu madre" (Pr 23-22), "hijo mío, no abandones a tu padre mientras viva; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras viva" (Si 3-12s), "honra a tu padre... y no olvides los dolores de tu madre, recuerda que ellos te engendraron, ¿qué les darás por lo que te dieron?" (Si 7-27s).

Tus padres te engendraron, ¿qué les darás en correspondencia? Una respuesta muy frecuente: en casa son forasteros, en vacaciones se les ingresa como enfermos, en las conversaciones serias no les pedimos su parecer, en sociedad nos avergüenzan. Los padres, sobre todo los mayores, estorban en muchas casas.

Nuestra sociedad occidental progresa en conocimientos, pero no practica la sabiduría oriental: cariño a los mayores, hospitalidad, escucha atenta de su experiencia... Las palabras de los mayores son, como diría Pr 18-04 "... agua profunda, arroyo que fluye, manantial de sensatez".

Reflexión del Salmo 127. Dichosos los que temen al Señor.

Se trata de un salmo sapiencial, relacionado en algún aspecto con el anterior. Ofrece una propuesta concreta de felicidad y de bendición («dichoso el que teme al Señor», «tranquilo y feliz»). Como el resto de salmos de este tipo, pretende mostrar dónde se encuentra el sentido de la vida y en qué consiste la felicidad.

El cuerpo de este salmo, que carece de introducción y de conclusión, se compone de dos partes: 1b-3 y 4-6. La primera (1b-3) comienza con la proclamación de felicidad («Dichoso...»); la segunda (4-6) comienza con la bendición. Estos dos elementos, felicidad y bendición, están destinados a la misma persona, el hombre que teme al Señor. Con toda probabilidad, se trata, en ambos casos, de realidades proclamadas por un sacerdote. Nos encontraríamos, por tanto, en el contexto del templo de Jerusalén.

La primera parte proclama dichoso al hombre que teme al Señor y que sigue sus caminos, es decir, que observa sus mandamientos (1b). El cumplimiento de los mandamientos tiene tres consecuencias claramente visibles, que constituyen la felicidad En primer lugar; lo referido al trabajo, acompañado de tranquilidad y felicidad (2). Producir y poder disfrutar del fruto del propio trabajo es sinónimo de felicidad. Lo contrario es la maldición, la infelicidad. El que teme al Señor participa, en cierto modo, de su proyecto creador (cf. Gén 2,15). La segunda consecuencia se refiere a la comunión entre el esposo y la esposa (La fecundidad es un don de Dios (cf. Sal 127). Aquí se compara a la esposa con una parra fecunda; esta es, tal vez, la característica más importante de una mujer en la concepción patriarcal de aquel tiempo. De hecho, la vida de la mujer se circunscribe a la «intimidad del hogar» y, desde la concepción patriarcal de este salmo, parece que su fecundidad depende de la fidelidad del esposo a los mandamientos. La palabra «intimidad» es muy importante en este salmo. En su lengua original, el primer sentido de este término es «muslo», «genitales». En sentido figurado significa «intimidad», el lugar más reservado de la casa... Podemos descubrir aquí una atrevida alusión a la sexualidad, don de Dios. Aquí podemos oír el eco de Gén 1,28. Siendo fecundos, los seres humanos imitan al Creador. La tercera consecuencia deriva de la anterior (3b): la presencia de hijos numerosos, sobre todo varones. La escena recuerda las comidas, en las que el padre y los hijos varones se sentaban a la mesa (entre los nómadas se trataba de una alfombra en el suelo). Alrededor de la mesa, los hijos semejan unos lozanos brotes de olivo. Esta imagen resulta interesante porque el olivo con sus retoños representa, entre otras cosas, la vida que se renueva a partir de un tronco envejecido, pero lleno de vitalidad. Es la concreción del mandamiento de Dios que aparece en Gén 1,28. El trabajo, una mesa abundante, la intimidad con la esposa y la fecundidad, la convivencia con los hijos, esto es la felicidad.

La segunda parte (4-6) arranca con el tema de la bendición de la misma persona que teme al Señor. Pero ahora se pasa, del trabajo y de la casas, a la ciudad, a la capital. Por medio del sacerdote, el Señor bendice a Sión con una bendición de triple consecuencia. En primer lugar, la prosperidad de Jerusalén durante todos los días ele la vida del justo (5). «Ver la prosperidad» no significa sólo poder contemplarla, sino participar de ella. En segundo lugar; la bendición se refiere a una larga vida, es decir, poder llegar a conocer a los propios nietos (6a). En tercer lugar (6h), la bendición tiene una manifestación que envuelve a todo el pueblo con la paz: «Paz a Israel.

Los salmos sapienciales son como esas frutas que se ven expuestas al calor del verano pero que no maduran hasta el otoño. Dicho de otro modo, se encuentran entre los últimos escritos del Antiguo Testamento, son los últimos textos en madurar. Fueron cristalizando a lo largo de siglos. Eliminaron todo lo innecesario, quedándose con lo esencial para que el hombre sea feliz y bendito: el temor del Señor, que se expresa en el cumplimiento de sus mandamientos. Se supera la ambición, la explotación del otro, la violación de sus derechos. La imagen de sociedad que anhela este salmo carece totalmente de la explotación de unas personas por otras (cada uno disfruta tranquilo y feliz del trabajo de sus propias manos) y elimina por completo la dominación de un grupo sobre otro o de una nación sobre otra (la prosperidad de Jerusalén, la paz en Israel). Conviene fijarse en que, del bienestar personal (el disfrute del fruto del propio trabajo, la fecundidad, los hijos, una vida larga), se pasa al bienestar social, extendiendo la situación de shalom a todo el pueblo.

Este salmo está basado en las bendiciones de Lev 26 y Dt 28. Está vinculado a la «teología de la retribución», que sostiene que la prosperidad y el bienestar son fruto del temor de Dios. El libro de Job ayuda a corregir esta visión.

En dos ocasiones se menciona el temor de Dios y en una se desea su bendición. Por tanto, se habla de él tres veces. Temer a Dios no significa tenerle miedo, sino respetarlo y respetar sus mandamientos como fuentes de felicidad y bendición. Así pues, el Señor desea que el ser humano viva feliz y disfrute de su bendición, y esto está vinculado a los mandamientos, las condiciones que Israel, como aliado del Señor; acepta cumplir. Estamos, pues, ante el Dios de la alianza que quiere la vida de todo el pueblo y, en especial, de cada persona que lo teme y sigue sus caminos.

Además, este Dios es el aliado de todo el pueblo, el que bendice a cada uno desde Jerusalén, ciudad que alberga el templo.

En el salmo anterior, hablamos de las propuestas de felicidad que proclamó Jesús. En aquel tiempo, había quienes no disfrutaban del fruto del trabajo de sus propias manos (Mt 20,7). Jesús lloró por la ciudad de Jerusalén, pues había dejado de ser la ciudad madre de la paz (Lc 13,34-35 y, sobre todo, 19,41-44).

Jesús no hizo del principio de la «retribución» el punto de partida del anuncio del Reino. Por el contrario, favoreció a los pobres y desheredados, desenmascarando a cuantos, en nombre de la religión, explotaban a los indefensos. Este es el caso de su denuncia contra los doctores de la Ley, que explotaban a las viudas con pretextos religiosos (Mc 12,38-40).

Podemos rezarlo cuando estamos buscando el sentido de la vida o algo que nos haga felices; también, en solidaridad con los que padecen explotación en el trabajo, en su salario; cuando queremos rezar teniendo presente a nuestra esposa, nuestro esposo, nuestros hijos, nuestra familia, la sexualidad; cuando soñamos con el bienestar y la paz de todos los hombres; tenemos que rezarlo pensando en aquellos que no llegan a conocer a sus hijos o nietos y teniendo presentes las causas que dan lugar a muertes prematuras; también en las peregrinaciones.

Reflexión de La Segunda lectura: Colosenses 3, 12-21. La vida de familia vivida en el Señor.

Se puede ser piadoso castigando y cruel perdonando.

Tú educas a tu hijo. Y lo primero que haces, si te es posible, es instruirle en el respeto y en la bondad, para que se avergüence de ofender al padre y no le tema como a un juez severo. Semejante hijo te causa alegría. Si llegara a despreciar esta educación, le castigarías, le azotarías, le causarías dolor, pero buscando su salvación. Muchos se corrigieron por el amor; otros muchos por el temor, pero por el pavor del temor llegaron al amor. Instruíos los que juzgáis la tierra (Sal 2,10). Amad y juzgad. No se busca la inocencia haciendo desaparecer la disciplina. Está escrito: Desgraciado aquel que se despreocupa de la disciplina (Sab 3,11). Bien pudiéramos añadir a esta sentencia: así como es desgraciado el que se despreocupa de la disciplina, aquel que la rechaza es cruel. Me he atrevido a deciros algo que, por la dificultad de la materia, me veo obligado a exponerlo con más claridad. Repito lo dicho: el que desprecia o no se preocupa de la disciplina es un desgraciado. Esto es evidente. El que la rechaza es cruel. Mantengo y defiendo que un hombre puede ser piadoso castigando y puede ser cruel perdonando. Os presento un ejemplo. ¿Dónde puedo encontrar a un hombre que muestre su piedad al castigar? No iré a los extraños, iré directamente al padre y al hijo. El padre ama aun cuando castiga. Y el hijo no quiere ser castigado. El padre desprecia la voluntad del hijo, pero atiende a lo que le es útil. ¿Por qué? Porque es padre, porque le prepara la herencia, porque alimenta a su sucesor. En este caso, el padre castigando es piadoso; hiriendo es misericordioso. Preséntame un hombre que perdonando sea cruel. No me alejo de las mismas personas; sigo con ellas ante los ojos. ¿Acaso no es cruel perdonando aquel padre que tiene un hijo indisciplinado y, sin embargo, disimula y teme ofender con la aspereza de la corrección al hijo perdido?

Reflexión Primera  del Santo Evangelio: de san Lucas (2, 22-40). Presentación de Jesús en el templo.

El evangelio de la infancia de san Lucas (cap 1—2) comenzaba con la escena del anciano Zacarías en el templo (1, 5-22). Desde el templo, lugar de la presencia de Dios en medio de los suyos, se ha escuchado la palabra que dirige la historia hacia su meta (anunciación de Juan). Hacia el templo, lugar de plenitud del pueblo de Israel, se ha dirigido la historia de la infancia. De la infancia de Jesús en ese templo trata nuestro texto (2, 22-38). Sus elementos fundamentales son los siguientes: a) Presentación (2, 22-24); b) revelación de Simeón (2, 25-35); c) testimonio de Ana (2, 36-38) y d) vuelta a Nazaret (2, 9-40).

En el fondo de la escena de la presentación (2, 22-24) está la vieja ley judía según la cual todo primogénito es sagrado y, por lo tanto, ha de entregarse a Dios o ser sacrificado. Como el sacrificio humano estaba prohibido, y obligaba a realizar un cambio, de manera que, en lugar del niño, se ofreciera un animal puro (cordero, palomas) (cfr Ex 13 y Lev 12). Parece probable que al redactar la escena Lucas esté pensando que Jesús, primogénito de María, es primogénito de Dios. Por eso, junto a la sustitución del sacrificio (se ofrecen dos palomas) se resalta el hecho de que Jesús ha sido «presentado al Señor», es decir, ofrecido solemnemente al Padre. El sentido de esta ofrenda se comprenderá solamente a la luz de la escena del calvario, donde Jesús ya no podrá ser sustituido y morirá como el auténtico primogénito que se entrega al Padre para salvación de los hombres. Unido a esto Lucas ha citado sin entenderlo un dato de la ley judía: la purificación de la mujer que ha dado a luz cfr Lev 12). Para Israel, la mujer que daba a luz quedaba manchada y por eso tenía que realizar un rito de purificación antes de incorporarse a la vida externa de pueblo. De esta concepción, de la que extrañamente han quedado vestigios en nuestro pueblo hasta tiempos muy recientes, parece que Lucas no ha tenido ya una idea por eso en el texto original ha escrito «cuando llegó el tiempo de la purificación de ellos», refiriéndose también a José y a Jesús. La tradición litúrgica ha corregido el texto original de Lucas, refiriéndose sólo a la purificación de María, ajustándose de esa manera a la vieja ley judía.

El centro de nuestro pasaje lo constituye la revelación de Simeón (2, 25-35). Jesús ha sido ofrecido al Padre; el Padre responde enviando la fuerza de su Espíritu al anciano Simeón, que profetiza (2, 29-32. 34-35). En sus palabras se descubre que el antiguo Israel de la esperanza puede descansar tranquilo; su historia (representada en Simeón) no acaba en vano: ha visto al salvador y sabe que su meta es ahora el triunfo de la vida. En esa vida encuentran su sentido todos los que esperan porque Jesús no es sólo gloria del pueblo israelita, es el principio de luz y salvación para las gentes.

Tomadas en sí mismas, las palabras del himno del anciano (2, 29-32) son hermosas, sentimentalmente emotivas. Sin embargo, miradas en su hondura, son reflejo de un dolor y de una lucha. Por eso culminan en el destino de sufrimiento de María (2, 34-3 5). Desde el principio de su actividad, María aparece como signo de la Iglesia, que llevando en sí toda la gracia salvadora de Jesús se ha convertido en señal de división y enfrentamiento. La subida de Jesús al templo ha comenzado con un signo de sacrificio (2, 22-24); con signo de sacrificio continúan las palabras reveladoras de Simeón. Desde este comienzo de Jesús como signo de contradicción para Israel (u origen de dolor para María) se abre un arco de vida y experiencia que culminará sobre el Calvario y se extenderá después hacia la Iglesia. Todo el que escucha las palabras de consuelo en que Jesús se muestra como luz y como gloria (2, 29-32) tiene que seguir hacia adelante y aceptarle en el camino de dureza, decisión y muerte; en ese caminar no irá jamás en solitario, le acompaña la fe y el sufrimiento de María.

Con las palabras de alabanza de Ana, que presenta a Jesús como redentor de Jerusalén (2, 36-38)y con la anotación de que crecía en Nazaret lleno de gracia (2, 39-40) se ha cerrado nuestro texto.

Reflexión Segunda del Santo Evangelio: (Lc 2, 22-40),En las palabras dirigidas a María

El evangelista nos presenta en este pasaje a la sagrada Familia cuarenta días después del nacimiento de Jesús. José y María llevan al niño al templo, donde es consagrado al Señor. Allí lo encuentran las dos personas ancianas, Simeón y Ana, que creen en las promesas de Dios y que, llenas de gozo, pueden experimentar que Dios cumple lo que promete. En las palabras dirigidas a María, Simeón tiende la mirada hacia delante, hacia el tiempo en que Jesús no viva ya con su madre, hacia el tiempo en que le toque llevar a cabo su misión. Al final, la sagrada Familia retorna a Nazaret, donde Jesús crece junto a María y José. La sagrada Familia se manifiesta aquí en sus más variadas relaciones y tareas. Lejos de ser una familia cerrada en sí misma, vive en medio del pueblo de Israel y bajo la Ley del Señor. En correspondencia con la edad y el desarrollo del niño, cambian las tareas de los padres y su relación con él.

María y José no se preocupan sólo por el bien físico del hijo. Lo introducen en las santas normas que Dios ha dado a su pueblo. A los ocho días del nacimiento, el niño es circuncidado (cf Lev 12,3) y acogido en la alianza estipulada por Dios con Abrahán. A los cuarenta días de su nacimiento, los padres lo llevan al templo. Este es el día en que una mujer que ha dado a luz un hijo varón debe presentar la ofrenda para la purificación (Lev 12,1- 8). Como ofrendas, son previstas por la Ley una oveja o una paloma. María ofrece dos palomas, tal como estaba permitido a los pobres. Su ofrenda manifiesta que ella es madre de un hijo y que es una mujer pobre.

Puesto que es el primogénito (2,7), Jesús, según la Ley, pertenece a Dios (Ex 13,2.12-15). Esta disposición recuerda que todo pertenece realmente a Dios, puesto que él lo ha creado todo. El hombre puede reconocer este hecho restituyendo a Dios, en el sacrificio, algo que ha recibido de él, Según la Ley, los machos primogénitos de los animales debían ser sacrificados, mientras que los hijos primogénitos debían ser rescatados con dinero.

Lucas no dice que Jesús fuera rescatado, sino que fue presentado al Señor, que fue consagrado. Jesús pertenece a Dios de un modo singular, ya que María lo ha concebido por obra del Espíritu Santo. En conformidad con esto, el ángel había afirmado en el relato de la vocación de María: «Por eso, el niño será llamado santo e Hijo de Dios» (1,35). El templo es el lugar de la presencia particular de Dios en medio de su pueblo. María lleva a la casa de Dios a aquel que ella ha recibido por el poder de Dios y lo ha engendrado. Reconoce que este hijo no le pertenece a ella, sino a Dios. En brazos de María, Jesús va por primera vez a la casa de su Padre. Volverá al templo a los doce años, también con María y José, pero esta vez por su propio pie. Cuando se quede el templo sin enterarse sus padres y, después de haberlo buscado, les responda si no sabían que debía ocuparse en las cosas de su Padre (cf 2,49), les hará comprender de un duro y doloroso que él no les pertenece, que él está sometido ante todo a la voluntad de Dios. Mucho es lo que los padres hacen por sus hijos a lo largo de los años. Pero no por eso han de pensar que tienen algún derecho sobre ellos y que pueden disponer de su vida. Los hijos, no obstante, tienen el deber de respetar al padre y a la madre 20,12).

Simeón y Ana personifican al pueblo de Israel y compendian la historia de este pueblo con Dios. Creen en las promesas de Dios y esperan ardientemente que lleguen a cumplimiento. Habitualmente son las personas ancianas las más vinculadas a las raíces de un pueblo; las que, desde esas raíces, le transmiten la savia vital, impidiendo que se agoste en una superficialidad estéril. Habitualmente son también estas personas las que mejor conocen el valor de la vinculación con Dios, depositando en él toda su confianza y reservando tiempo para la oración. Su contribución es insustituible para las familias y para la formación de las jóvenes generaciones. Simeón, el anciano, puede tomar en brazos al niño y puede reconocer y proclamar cuál es su significado para Israel y para todos los pueblos. Puede experimentar con gozo que Dios mantiene su palabra y cumple sus promesas.

Simeón bendice a María y a José. Él, que por su larga experiencia conoce la bondad y la fidelidad de Dios, pone a María y a José bajo la bendición de Dios. Con esta bendición cumplirán todas las exigencias y responsabilidades contraídas frente al crecimiento de Jesús. Las palabras que Simeón dirige después a María apuntan, sobrepasando el momento presente, hacia el tiempo en que Jesús lleve a cabo su misión. Simeón dice a María: «Mira, este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida. Así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma» (2,34-35). Jesús no será el Mesías aclamado por todos. El hecho de que algunos lo reconozcan y otros lo rechacen tendrá consecuencias para María. La espada es el instrumento con el que se hiere y se mata. Tiene, por su naturaleza, un carácter hostil a la vida. El alma es para el hombre la fuente y el centro de toda la vida. Lo que le sobrevenga a Jesús, que será odiado y amenazado, golpeará a María en su vida más íntima como una espada, hiriéndola y dañándola. En esta experiencia dolorosa se pone de manifiesto precisamente la unión total, íntima y cordial de María con Jesús: la vida de Jesús es su misma vida; las ofensas a Jesús son ofensas a ella; el destino de Jesús es su propio destino. Aunque para la sagrada Familia termine el tiempo de la cercanía y de la vida en común, María seguirá siempre junto a su hijo en lo más íntimo de su ser.

Este tiempo, sin embargo, no ha llegado todavía. María y José regresan con el niño a Nazaret. Por muchos años, esta es la patria y el lugar de comunión de la sagrada Familia, con una vida modesta, con los gozos y preocupaciones cada día. De Jesús se dice: «El niño iba creciendo y robusteciéndose y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba» (2,40). Bajo la protección y la bendición de Dios, y sostenido por el amor y los cuidados de María y de José, el niño puede crecer y progresar. Estos primeros años son el tiempo de la mayor cercanía y de la más estrecha vinculación. La familia es una comunión íntima, con una única vida, en cuyo centro está el niño y su bien.

Reflexión Tercera del Santo Evangelio: (Lc 2,22-40), La familia cristiana para poder ser llamada «Iglesia doméstica»

La perícopa evangélica de hoy insiste, en su inicio y en su final (vv. 22-24 y 3940), en que la familia de Nazaret se esfuerza en cumplir la Ley. Jesús es hijo de la Ley (cf. Ga 4,4). La Ley en el judaísmo contemporáneo de Jesús afectaba a diferentes realidades que en la actualidad tendemos a separar y a fragmentar: el orden social, las leyes civiles, las tradiciones populares, la historia de la nación, la revelación divina... Jesús nace en el seno de una familia, en el seno de una sociedad, de una tradición religiosa, en el seno de la historia de su pueblo, que no es sino una muestra de la amplia historia humana. Jesús, en su nacimiento y en su infancia, cumple la Ley.

Los vv. 25-38 están centrados en el acontecimiento pascual de muerte-resurrección presentado narrativamente en el encuentro de Jesús-niño con Simeón y Ana. Estos son dos ancianos, con el don de la profecía, que viven en actitud de esperanza y de confianza. Llenos de fe, ven que las promesas se cumplen en el recién nacido que llevan en brazos María y José. Él es el Mesías del Señor.

El centro de la perícopa lo hallamos en el breve himno que el autor del tercer evangelio pone en boca de Simeón. Un himno inspirado en los cánticos del Siervo del Señor, del Deutero-Isaías. En él, Jesús aparece como el Salvador destinado a todos los pueblos, luz para las naciones paganas, gloria de Israel. Se puede captar inmediatamente el alcance universalista de la misión de Jesús, ya desde su infancia.

El tema de la pasión queda ya insinuado en la profecía de Simeón. La persona de Jesús será objeto de controversias y clave de discernimiento de los corazones de las personas. La imagen de la espada que traspasa el alma, también se utiliza en referencia a la Palabra de Dios, viva y eficaz, penetrante como una espada de doble filo, que se clava hasta lo más profundo para discernir los pensamientos y las intenciones de los creyentes (He 4,12). En este mismo sentido hemos de interpretarla aquí.

El misterio pascual de Cristo se revela ya desde su infancia. Él será luz y gloria para los creyentes de cualquier nación, pero también espada afilada que atravesará el corazón de María y del resto de los discípulos para discernir la calidad de la fe. Abrahán y Sara, Simeón y Ana, José y María son ejemplos de fe y de obediencia al Señor.

El magisterio de la Iglesia ha invitado muchas veces a los cristianos a reflexionar sobre la institución de la familia y a tomar conciencia de su carácter sagrado. Los muchos problemas que la época moderna plantea en este sector de la vida, como el control de la natalidad, el drama de los matrimonios fracasados y de las parejas cristianas divorciadas y casadas de nuevo, la difusión del aborto, del infanticidio y de la mentalidad anticonceptiva, los variados problemas económicos de la familia y la misma educación de los hijos a veces sometida al Estado, ponen en crisis esta célula esencial de la sociedad humana. Ante esta situación es necesario reafirmar que el fundamento de la vida humana es la relación conyugal entre los esposos, relación que, entre los cristianos es sacramental.

Por esto se debe recuperar una eficaz catequesis sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida de familia, que valorice una espiritualidad de la paternidad y de la maternidad. La familia cristiana para poder ser llamada «Iglesia doméstica» debe constituir el ámbito en el que los padres transmiten la fe, siendo para los hijos su primer testimonio de la fe con la palabra y con el ejemplo, y ser a la vez el ambiente vital donde los hijos, educados en los valores evangélicos, puedan descubrir su vocación al servicio de la sociedad y de la Iglesia y encontrar el cauce para realizar su identidad cristiana.

Reflexión Cuarta del Santo Evangelio: (Lc 2,22-40), La familia cristiana para poder ser llamada «Iglesia doméstica»

El evangelio de la infancia de san Lucas (cap 1-2) comenzaba con la escena del anciano Zacarías en el templo (1, 5-22). Desde el templo, lugar de la presencia de Dios en medio de los suyos, se ha escuchado la palabra que dirige la historia hacia su meta (anunciación de Juan). Hacia el templo, lugar de plenitud del pueblo de Israel, se ha dirigido la historia de la infancia. De la infancia de Jesús en ese templo trata nuestro texto (2, 22-38). Sus elementos fundamentales son los siguientes: a) Presentación (2,22-24); b)revelación de Simeón (2, 25-35); c) testimonio de Ana (2, 36-38) y d) vuelta a Nazaret (2, 39-40).

En el fondo de la escena de la presentación (2, 22-24) está la vieja ley judía según la cual todo primogénito es sagrado y, por lo tanto, ha de entregarse a Dios o ser sacrificado. Como el sacrificio humano estaba prohibido, la ley obligaba a realizar un cambio de manera que, en lugar del niño, se ofreciera un animal puro (cordero, palomas) (cfr. Ex 13 y Lev 12). Parece probable que al redactar la escena Lucas esté pensando que Jesús, primogénito de María, es primogénito de Dios. Por eso, junto a la sustitución del sacrificio (se ofrecen dos palomas) se resalta el hecho de que Jesús ha sido "presentado al Señor", es decir, ofrecido solemnemente al Padre. El sentido de esta ofrenda se comprenderá solamente a la luz de la escena del calvario, donde Jesús ya no podrá ser sustituido y morirá como el auténtico primogénito que se entrega al Padre para salvación de los hombres. Unido a todo esto Lucas ha citado sin entenderlo un dato de la vieja ley judía: la purificación de la mujer que ha dado a luz (cfr Lev 12). Para Israel, la mujer que daba a luz quedaba manchada y por eso tenía que realizar un rito de purificación antes de incorporarse a la vida externa de su pueblo. De esta concepción, de la que extrañamente han quedado vestigios en nuestro pueblo hasta tiempos muy recientes, parece que Lucas no ha tenido ya una idea clara; por eso en el texto original ha escrito "cuando llegó el tiempo de la purificación de ellos", refiriéndose también a José y a Jesús. La tradición litúrgica ha corregido el texto original de Lucas, refiriéndose sólo a la purificación de María, ajustándose de esa manera a la vieja ley judía.

El centro de nuestro pasaje lo constituye la revelación de Simeón (2, 25-35). Jesús ha sido ofrecido al Padre; el Padre responde enviando la fuerza de su Espíritu al anciano Simeón, que profetiza (2, 29-32.34-35). En sus palabras se descubre que el antiguo israel de la esperanza puede descansar tranquilo; su historia (representada en Simeón) no acaba en vano: ha visto al salvador y sabe que su meta es ahora el triunfo de la vida. En esa vida encuentran su sentido todos los que esperan porque Jesús no es sólo gloria del pueblo israelita, es el principio de luz y salvación para las gentes.

Tomadas en sí mismas, las palabras del himno del anciano (2. 29-32) son hermosas, sentimentalmente emotivas. Sin embargo, miradas en su hondura, son reflejo de un dolor y de una lucha. Por eso culminan en el destino de sufrimiento de María (2, 34-35).Desde el principio de su actividad, María aparece como signo de la Iglesia, que llevando en sí toda la gracia salvadora de Jesús se ha convertido en señal de división y enfrentamiento. La subida de Jesús al templo ha comenzado con un signo de sacrificio (2, 22-24); con signo de sacrificio continúan las palabras reveladoras de Simeón. Desde este comienzo de Jesús como signo de contradicción para Israel (u origen de dolor para María) se abre un arco de vida y experiencia que culminará sobre el Calvario y se extenderá después hacia la Iglesia.

Todo el que escucha las palabras de consuelo en que Jesús se muestra como luz y como gloria (2, 29-32) tienen que seguir hacia adelante y aceptarle en el camino de dureza, decisión y muerte; en ese caminar no irá jamás en solitario, le acompaña la fe y el sufrimiento de María.

Con las palabras de alabanza de Ana, que presenta a Jesús como redentor de Jerusalén (2, 36-38) y con la anotación de que crecía en Nazaret lleno de gracia (2, 39-40) se ha cerrado nuestro texto.

En el fondo de la escena de la presentación está la vieja ley judía según la cual todo primogénito es sagrado -sea hombre o animal- es sagrado, pertenece a Dios, y por lo tanto ha de entregarse a Dios o ser sacrificado. Como el sacrificio humano estaba prohibido, la Ley obligaba a realizar un cambio de manera que en lugar del niño se ofreciera un animal puro.

Se resalta el hecho de que Jesús ha sido "presentado al Señor", es decir, ofrecido solemnemente al Padre. El sentido de esta ofrenda se comprenderá solamente a la luz de la escena del calvario, donde Jesús ya no podrá ser sustituido y morirá como el auténtico primogénito que se entrega al Padre para salvación de los hombres.

Jesús ha sido ofrecido al Padre y el Padre responde enviando la fuerza de su Espíritu al anciano Simeón, que profetiza. En sus palabras se descubre que el antiguo Israel de la esperanza puede descansar tranquillo; su historia -representada en Simeón- no acaba en vano, ha visto al Salvador y sabe que su meta es ahora el triunfo de la vida. En esa vida encuentran su sentido todos los que esperan, porque Jesús no es sólo gloria del pueblo israelita, es luz y salvación para todos los hombres.

Estas palabras del himno del anciano Simeón son hermosas, sentimentalmente emotivas. Sin embargo, miradas en su hondura, son reflejo de un dolor y de una lucha. Por eso culminan en el destino de sufrimiento de María.

Desde el principio de su actividad, María aparece como signo de la iglesia, que llevando en sí toda la gracia salvadora de Jesús se ha convertido en señal de división y enfrentamiento.

La sabida de Jesús al templo ha comenzado con un signo de sacrificio (22-24), con signo de sacrificio continúan las palabras reveladoras de Simeón.

Desde este comienzo de Jesús como signo de contradicción para Israel (u origen de dolor para María) se abre un arco de vida y experiencia que culminará sobre el calvario y se extendería después hacia la Iglesia.

Todo el que escuche las palabras de consuelo en que Jesús se muestra como luz y como gloria (29-32) tiene que seguir hacia adelante y aceptarle en el camino de dureza, pasión y muerte.

En ese camino no irá jamás en solitario, le acompaña la fe y el sufrimiento de María.

El niño crecía. El evangelio de la infancia pertenece al género midrásico, lectura en profundidad de la Escritura para detectar su sentido pleno. Cualquier acontecimiento incorporado a la historia de la salvación da a la revelación un aspecto nuevo, porque la biblia no es un acontecimiento momificado.

Jesús es la esperanza de Israel, que se ve colmada solemnemente en el episodio de la presentación en el templo. Simeón lo entiende así y puede morir satisfecho. Otros lo verán de distinta manera: unos para aceptar la piedra angular y otros para tropezar en ella. Semejante en todo a nosotros, Jesús se somete a la ley. Moisés dejó ordenado consagrar al Señor todo primogénito varón. La presentación en el templo era sólo una costumbre tardía después de la vuelta del cautiverio. Y se prescribía una ofrenda, cordero o paloma, que los padres de Jesús cumplen según las posibilidades de los pobres. La purificación causa extrañeza tratándose de María, pero era un rito más que quisieron cumplir según la costumbre. José y María saben bien que el niño pertenece a Dios.

Elevación Espiritual para el día.

Los misterios del cristianismo son un todo indivisible. Quien profundiza en uno, termina por tocar todos los demás. Así, el camino que parte de Belén continúa irrefrenablemente hasta el Gólgota. Del pesebre a la cruz. Cuando María presentó al Niño en el templo, se le predijo que una espada le atravesaría el alma, que aquel Niño estaba puesto para caída y resurrección de muchos y como signo de contradicción. ¡Era el anuncio de la pasión, de la lucha entre la luz y las tinieblas que se había manifestado ya en torno al pesebre! (...).

En la noche del pecado resplandece la estrella de Belén. Sobre el resplandor luminoso que irradia del pesebre, cae la sombra de la cruz. La luz se apaga en la oscuridad del viernes santo, pero se vuelve a encender más viva y radiante como luz de gracia en la mañana de la resurrección. El Hijo de Dios encarnado llega, a través de la cruz y de la pasión, a la gloria de la resurrección. Cada uno de nosotros, la humanidad entera, llegará con el Hijo del hombre, a través del sufrimiento y de la muerte, a la misma gloria.

Reflexión Espiritual para este día.

Haciéndose hombre, el Hijo de Dios nos ha revelado el secreto de la vida íntima de Dios como vida interpersonal, para hacernos entrar también a nosotros en el calor y la felicidad inefable de la vida trinitaria. Con el punto de mira sobre este objetivo, se ha rebajado a compartir nuestra pobreza, sumergiéndose personalmente en la humilde realidad de la familia humana. Con ello la ha clarificado ante sí misma y le ha dado una significación más transparente.

Así, en la contemplación de la familia de Nazaret, se hace más fácil captar y comprender todos los valores sobrenaturales de la familia, y se agilizo la imitación de las prerrogativas de aquella familia ideal: el amor mutuo, la concordia, la serenidad, la búsqueda afectuosa de Dios y de su voluntad, la atención a los hermanos. Por esto, la mirada orante a la Santa Familia no será, pues, una de tantas devociones: ofrecerá a nuestras familias un medio eficacísimo para pensarse y vivirse según su propia identidad sobrenatural.

Sin descuidar lo que humanamente se puede hacer —a través de estudios, iniciativas sociales, programas políticos— para revalorizar la familia y elevar sus condiciones, debemos sobre todo partir también nosotros de la contemplación de la casa de Nazaret.

Los rostros de la Santa Biblia: Sirácida 2, 1-13 (2, 7-13). ¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado?

La hipocresía y la doblez, tal como ha sido descrita al final del capítulo anterior (1, 28-30), sólo puede ser descubierta mediante la prueba, para la que todos los fieles deben estar preparados, como lo estuvo Job (Job 1—2). El propio servicio de Dios, es decir, el cumplimiento de su voluntad y de sus mandamientos, implica necesariamente dificultades y contratiempos (véase Sant 1,2-4. 12-15). Lo mismo que los amigos de Job, muchos consideraban prueba y la adversidad como un castigo por el pecado y estaban a punto de perder la cabeza en el momento de la crisis. El medio ambiente, fuertemente helenizado, constituía, asimismo, una seducción para los judíos, esencialmente para los que vivían en la diáspora, los cuales se sentían tentados a abandonar la fe de los padres.
Ante el peligro, el Sirácida recomienda adhesión y fidelidad a Dios.

Las pruebas y las humillaciones podían provocar reacciones de impaciencia, y rebeldía De ahí que el autor recuerda a los lectores, lo mismo que hacen los autores sagrados en generala él valor disciplinar y ascético de la adversidad, que sirve para probar la calidad de nuestra en Dios. Confía en Dios, que él te ayudará, espera en él y allanará el camino, Es un llamamiento a la fe en Dios. Los judíos humillados y perseguidos deben confiar y cesar en Dios, sabiendo que nunca descuida a quienes ponen en él su fe y su esperanza.

Los que teméis al Señor. Por tres veces se repite la expresión en los vv. 7-9, acompañada de otras tantas exhortaciones, invitando a los lectores a permanecer fieles y confiados, pues el premio llegará sin falta. La confianza es necesaria para no desmayar entre el tiempo de la prueba y la recompensa, que a lo mejor tarda. La promesa de carácter del v. 6 es explicada ahora en términos de misericordia de Dios y prosperidad material.

Para prevenir a sus lectores contra posibles defecciones les recuerda no solamente la recompensa que les espera, sino la experiencia de los antepasados: ¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado? ¿Quién esperó en él y quedó abandonado? ¿Quién gritó a él y no fue escuchado? Los patriarcas, los profetas, los reyes y los justos prueban que la confianza en Dios no defrauda. «Fui joven, ya soy viejo, nunca vi al justo abandonado» (Sal 37, 25). Un buen comentario a este versículo 10 son los capítulos 44—50 del Sirácida y el capítulo 11 de la carta a los Hebreos.

Debido al amor que profesa a los hombres, Dios es compasivo y misericordioso: «Yavé, Yavé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado» (Ex 34, 6-7).

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