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Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

6 de diciembre de 2011

Historia del Mundo Angélico. 6ª Parte

 
En el mundo hay miles de historias, millones de historias. Historias de personas, historias de naciones. Ésta no es una historia más. En el mundo hay historias muy antiguas. Pero ésta es la historia más antigua. Antes de ésta no hay historia alguna. De hecho, ésta historia tuvo lugar antes del Tiempo. Es la Historia del Mundo Angélico.
Yo, un ángel os la voy a contar a vosotros, humanos, aunque no podáis entender muchas cosas, aunque tenga que recurrir a comparaciones humanas para que podáis comprender lo incomprensible. Doy comienzo a mi crónica.

 
En el principio estaba el Ser, el Ser Infinito, la Trinidad Sublime. Imaginaos a Dios como una inmensa esfera de luz blanquísima. De nuevo os recuerdo que debo recurrir a términos limitados, a comparaciones, para expresar lo que es incomparable. Dios no es una esfera, Dios no tiene forma geométrica alguna. Pero os pido que os imaginéis mi historia de un modo visual. Imaginaos a al Gran Dios como una esfera de luz de proporciones infinitas.
Esa Esfera de Luz estaba en medio de la Nada. Una Esfera resplandeciente en mitad de la oscuridad más absoluta, la oscuridad perfecta. Al principio sólo existía esa Esfera. Nadie la contemplaba, nadie la podía ver, porque no había nadie. Esa esfera con la Vida Trina era Luz, y era grande como millares de océanos de luz. Era grande como millares de millares de universos.
La Vida Trina latía en su interior, fluía en el seno de esa Esfera. De pronto, ocurrió algo. Era la primera vez que ocurría algo hacia fuera de la Esfera. No podemos decir que ocurrió tras millones de millones de siglos, porque en realidad no había Tiempo. Pero entre ese antes y ese después hubo mil eternidades, y después eternidad tras eternidad. Antes del primer AHORA, hubo una serie incontable de siglos de no-tiempo.
Y así, en el momento previsto, en el instante exacto, antes del cual no hubo un instante, una voz poderosa resonó en el interior de la Esfera y dijo: ¡Hágase! Y de la Esfera más grande que mil océanos de blancura surgió una luz. Aquel acto fue como una flor que extendiera sus pétalos blancos. Ese instante semejaba como una corola de la que surgiesen hacia fuera sus pétalos. Aquello parecía como una explosión de luz a cámara lenta.
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Si uno se aproximaba a esa luz, veía que cada haz de luz estaba formado por millones de millones de seres angélicos. Cada naturaleza angélica era como un pequeño sol. Los había de todos los tamaños. Cada uno tenía un tono de luz, cada uno emitía una música particular. Cada uno, si se me permite la expresión, con un rostro atónito, felizmente atónito, ante el espectáculo del acto creador.
Los ángeles más grandiosos se hallaban suspendidos como tocando a la Esfera. Cada ángel superior tenía otros menores alrededor de él, como planetas que rodean a un astro. Cada uno de los satélites tenía a su vez otros espíritus angélicos que eran como satélites de los planetas. Y así podíamos ver que había centenares de jerarquías angélicas. Cada ángel dependía de otro ángel superior. Los ángeles superiores, menores e intermedios formaban innumerables niveles, complejísimas rotaciones, innumerables jerarquías, complicadas series de niveles, de escalones, como si de una zoología infinita se tratara.
¿A qué compararemos la visión de ese acto creador? Era como si la Gran Esfera estuviera rodeada por brumas. Esas brumas eran como Vía Lácteas. Cada una de estas Vía Lácteas estaba formada por millones de millones de seres angélicos. Toda la Esfera estaba cubierta de estas nebulosas. Partes de la superficie de la Esfera estaban más densamente cubiertas. En otras partes, esas nubes era como si se deshilachasen hacia fuera. Y seguían surgiendo más y más de estas nebulosas del interior de la Esfera. Era como si del seno del Ser Infinito fluyeran ríos grandiosos de luz. Universos y universos de ángeles salían de la Esfera Incomparable.
Aquellos ríos parecían no agotarse. Unos surgían con fuerza hacia fuera, se doblaban como atraídos por la fuerza de atracción de la Esfera de la que surgían, y retornaban hacia la Esfera recorriendo su superficie inacabable. Otros ríos salían expelidos con vigor y se adentraban en la nada exterior, formando espirales, mezclándose a su vez con otras espirales angélicas, combinándose en más y más increibles volutas de luz que se arremolinaban, que giraban alrededor de sí mismas, formando centros y más centros angélicos.
Cómo un órgano catedralicio al que con dos manos se le presionan diez notas a la vez con todos sus registros en una magnífica armonía, con todos sus tubos a pleno pulmón, y que tras alcanzar el climax, el sonido se difumina perdiéndose en las bóvedas, así también los ríos de luz que surgían de la Esfera fueron debilitándose en una especie de eco que se extingue lleno de majestad. Ese eco sinfónico se fue desvaneciendo, hasta que el último brazo de luz se despegó del Océano de Luz de la Esfera: la Creación de los ángeles había acabado. El último ángel había sido creado.
El número de los ángeles era incalculable, pero hubo un último. Decir que eran trillones de trillones era poco. Dios había sido extraordinariamente generoso al crear. Dios había querido comunicar el gozo del ser de un modo espléndido, feliz de que fueran muchos los que pudieran existir.
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Todos los espíritus estaban sorprendidos. Habían sido lanzados a la existencia. Habían pasado de la nada a existir de golpe. Aquello era como millones de seres que se hubieran acabado de despertar. Pero no sólo no estaban somnolientos, sino que por el contrario estaban llenos de vida. Las nebulosas bullían de vida alrededor de la Esfera de Vida. La vida se agitaba en ellos por la felicidad de existir.
Los espíritus se miraban a sí mismos, se conocían, volvían a mirarse entre sí sorpendidos, admiraban al gran ángel alrededor del cual se movían. Divisaban la magnitud de los gigantescos astros angélicos. Y en el centro de todo: el Divino Océano Infinito de Luz del que habían salido. Era como estar en el flanco de un gran mar. Podríamos decir que estaban suspendidos, flotando en el aire, levitando sobre un océano. Pero en ese caso no tenía sentido afirmar que se estaba encima o en un flanco de ese Mar. La Esfera parecía ilimitada. No había ni abajo, ni arriba.
Ese Océano Divino estaba en silencio, todos le contemplaban admirados: constituía en sí mismo un espectáculo. Porque esa Luz era amor, sabiduría, belleza. De pronto, la Esfera habló. Era la primera vez que resonaba su voz fuera de su seno. Su voz resultó el hecho más impresionante que uno pueda imaginarse. La voz de Dios dirigiéndose a millones de millónes de espíritus angélicos.
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Era un voz potente, grave, llena de poder. Era una voz que podía doblar el hierro, tronchar los cedros. Aun no existía el hierro, aun no habían crecido los cedros, pero si hubiera sido creado un orbe, los pilares de la tierra no hubieran resistido el poder de la primera sílaba de la primera palabra. Ante la aparición de su voz, todos los ángeles dieron un paso hacia atrás, como el que recibe la embestida del viento.
Decir que era una voz poderosa, no es hacerle justicia. Era la cosa más poderosa que uno pudiera imaginarse. Y al mismo tiempo, sus palabras eran amorosas, estaban colmadas de ternura. Eran las palabras de un padre. Nada en ellas había de amenazador, sólo cariño.
Dios nos habló. Nos explicó quién era Él. Nos explicó quiénes éramos, para qué nos había creado, qué esperaba de nosotros, lo que debíamos y lo que no debíamos hacer. Dios nos hizo de Maestro, le escuchamos con la boca abierta.
Pero no hablaba todo el tiempo. En su discurso, en su explicación del Ser y del ser, en su explicación de todo, había, como si de una sinfonía se tratase, momentos de silencio. Y nos preguntaba. Nosotros le respondíamos, le preguntábamos, individual y colectivamente. Dialogábamos con Él como unos hijos con un padre. Verdaderamente era un padre. Éramos como polluelos alrededor de una gallina. Nos sentíamos calientes bajo sus alas. Nos sentíamos protegidos.
¿De qué nos podíamos sentir protegidos? ¿Cómo podíamos conocer la sensación de temor? Nos sentíamos seguros frente al vacío de la Nada, frente a la inseguridad de no saber. Él nos daba certeza frente a la duda. Él nos ofrecía el firme fundadmento de saber de dónde veníamos, quiénes éramos, adónde íbamos, cuál era el sentido de todo. Sin Él hubiéramos sido naúfragos en medio del vacío. Sin Él nos hubiéramos sentido abandonados en mitad de esas soledades. Pero con Él, no: lo llenaba todo.
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Y nuestro Maestro seguía paciente y amorosamente respondiendo a sus hijos. Podía responder a millones de seres a la vez. Éramos tantos, y cada uno escuchaba distintamente su voz. Nosotros los ángeles podíamos escuchar las palabras de muchos ángeles dirigiéndose a Dios, y simultáneamente podíamos hacerle preguntas. Nosotros ángeles podíamos atender sin problema en medio de aquel tapiz de voces, cada uno según el poder de su inteligencia.
En medio de aquella sinfonía, formulábamos a coro una cuestión a Dios. Pero en medio de esa coral, un pequeño espíritu podía hacerle una pequeña pregunta a Dios. Había conversaciones colectivas, se daban conversaciones individuales. Otras conversaciones eran, porque así lo querían, privadas, personales.
Y no sólo preguntábamos, también le dábamos gracias, gracias por todo. Y también nos comunicábamos entre nosotros.
Los ángeles más inteligentes comprendían mejor lo que decía la Esfera, y nos lo explicaban a los inferiores. Nosotros a nuestra vez explicábamos detalles a los ángeles inferiores.
Todos entendían el discurso de Dios, pero los ángeles superiores nos hacían ver que habíamos captado sólo una parte de la profundidad de su discurso.
Entre nosotros nos enseñábamos, y en conjunto profundizábamos con nuestros intelectos en ese Océano Infinito de Luz que teníamos delante. Íbamos viendo más claro quién era el Hacedor, la Fuente, el Sol de Santidad. Casi sin darnos cuenta, íbamos creando construcciones intelectuales. Éramos seres intelectuales y disfrutábamos sumergiéndonos con nuestras mentes en esa Esfera sin fin. Podíamos sumergirnos en Él sólo con nuestra inteligencia, sólo con nuestro conocimiento. Cuanto más conocíamos, más queríamos conocer. Éramos como exploradores de lo que teníamos delante. Nuestras construcciones lógicas, metafísicas, teológicas acerca de la Divinidad nos dejaban pasmados.
Algunos de nosotros, abrumados ante tanta belleza, comenzaron a organizarse para darle culto de un modo colectivo. Así comenzó la liturgia celeste, como respuesta ante semejante espectáculo de la Divinidad.
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Unos enseñaban a otros. Otros levantaban construcciones del intelecto. Había quienes se dedicaban más a la oración. Otros se afanaban en ir de un lugar a otro a ayudar a aquellos que tenían alguna dificultad en entender algo. Comenzó incluso a haber ascetas. Pues hubo quienes comenzaron a sacrificarse en el uso de sus potencias intelectuales, centrándose sólo en buscar la esencia de Dios a través de la adoración. Habrá entre vosotros, humanos, que me entenderán muy bien cuando afirmo el sacrificio que supone sacrificar las operaciones del intelecto que nos producen placer. Cuando se habla del placer, muchos piensan en la comida, la bebida y demás gozos del cuerpo. Pero también vosotros conocéis placeres del intelecto como escuchar una sinfonía, jugar una partida de ajedrez, leer un libro o escuchar una conferencia. También a vosotros os cuesta sacrificar las operaciones del intelecto que os gustan. También, a veces, mantener la presencia de Dios o dedicarse a la oración, es un sacrificio cuando uno quiere pensar y hacer otras cosas. Pero algunos de nosotros descubrieron este modo de hacer la voluntad Dios. Y quisieron desnudarse de todo lo que no fuera Dios mismo. Ellos deseaban, ante todo y sobre todo, arder de amor a Dios. Y dejaron todo lo demás. Algunos de estos ángeles ascetas se recluyeron en sí mismos para dedicarse sólo a la adoración de la Trinidad. 
A vosotros, estos sacrificios os parecerán pequeños sacrificios. Pero os aseguro que algunos de nosotros hicieron sacrificios sólo comparables a aquellos humanos que renuncian a todos los placeres para irse a un desierto a dedicarse a la oración. Otros espíritus se centraron más en las obras de caridad, ayudando a las necesidades de otros espíritus: instruyendo, aconsejando, no dejando solos, siempre deseosos de que todos comprendieran cuanto más mejor a la Fuente. Otros se emplearon más en indagar las profundidades de la Ciencia del Ser Infinito. Pero no todo era conocimiento. El amor ya había aparecido, de forma natural, casi sin darnos cuenta. Amábamos. Cada uno en un grado, cada uno de un modo diferente y personal. Cada espíritu tenía su personalidad, su psicología. Cada uno amaba con una intensidad propia, cada uno poseía un amor único.
Yo comencé a admirar a algún Intelecto Superior. Su penetración en las más recónditas cuestiones de la Filosofía me parecía la obra de arte más increíble. Además, desde mi posición, podía proponerle nuevas cuestiones. Podía contrastar sus respuestas con otros altos intelectos. Entre nosotros los ángeles surgieron amistades. Pues no sólo conversábamos de cosas altas y sublimes, también nos conocíamos entre nosotros. Charlábamos de nuestras ilusiones, de nuestras forma de ver las cosas, incluso de nuestras anécdotas en nuestra sociedad, en nuestros grupos. Otros eran exploradores, se dedicaban a recorrer las regiones del mundo angélico. Otros bromeaban incluso. El sentido del humor es privilegio de los seres racionales. Hubo también espíritus que fueron más allá de la admiración, más allá de la amistad: se enamoraron. En su amor no había nada físico, no tenemos cuerpo, no tenemos rostro propiamente hablando. Pero el sentimiento que apareció entre algunos espíritus, insisto, era algo que iba más allá de un mero estar bien con el otro. Era verdadero amor. Amor espiritual.

Blog del padre Fortea

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