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Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

3 de noviembre de 2011

Buen Pastor y La mujer y la dracma perdida. Dos Parábolas sobre la misericordia:

Buen pastor
Lc, 15, 03-07 
En el momento en que san Lucas sitúa las tres parábolas de la misericordia, Jesús no ha condenado todavía a los justos a la manera antigua, o mejor, porque nunca los condenará, sigue creyendo que todavía pueden entender la buena nueva. El guardián de las ovejas no abandona el grueso del rebaño cuando va a buscar a la oveja extraviada. El rebaño es su rebaño, como Israel es siempre el pueblo de Dios. Pero ha llegado el momento de hacer sitio a las ovejas sarnosas, a los apestados.
Precisamente estos apestados son los privilegiados de Dios, porque son los que tienen necesidad de misericordia. Y sobre la misericordia va a fundarse una nueva «justicia», digamos la justicia a secas, la que desconocen todos los celadores de la Ley, Fariseos, monjes de Qumrán, sacerdotes y levitas del templo. 
Las primeras palabras de esta parábola son un llamamiento al corazón de aquellos que se niegan a comprender a Jesús, un llamamiento también al instinto religioso que está latente bajo los prejuicios fariseos: 

 «¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el desierto para ir detrás de la que se ha perdido?» 
Es muy cómodo responder que sería una imprudencia abandonar el grueso del rebaño en el desierto. No se trata de eso, pues Jesús está pensando ya en la aplicación de la parábola: las costumbres del pastor son las del cielo.
«Y cuando la ha encontrado, la pone, lleno de alegría, sobre sus hombros». 
Indudablemente, éste es el gesto clásico de los pastores, pero aquí está estilizado para dejar entrever el amor misericordioso. ¿Cómo no iba a pensar Jesús en el pastor de Isaías: «Apacienta a su rebaño como un pastor, recoge a los corderos con su brazo, los lleva en su seno, y cuida de las ovejas paridas»? (Is 40, 11). Todo ello para preparar la conclusión de la parábola, dándole todo su valor: 
«Así os digo, que hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos, que no tienen necesidad de penitencia».

La alegría en el cielo es la alegría de Dios. O mejor dicho, es la alegría en el misterio de Dios, porque es preferible no hablar de su alegría. Es la reserva de un alma profundamente religiosa. En la parábola siguiente dirá: «La alegría entre los ángeles de Dios». 
Los gnósticos valentinianos, por medio de un cálculo aritmético, demostraban que la oveja perdida era la centésima, aquella por la que empieza la centena; por esta razón, esa oveja era de mayor precio que las otras noventa y nueve, y representaba al gnóstico. La tradición musulmana atribuye a Mahoma este pensamiento: Dios ha creado cien partes de misericordia, de las que se ha reservado noventa y nueve, y la otra se la ha dejado al mundo. 
Dentro de la conciencia moderna de una alienación del hombre, el problema está solamente en volver a encontrar la fe en Cristo. Esta es la única solución, pero depende de la gracia. Los escarceos de la filosofía existencial nos llevan a la exégesis de san ·Hilario-Poitiers-s: «Por la única oveja, hay que entender al hombre; y en ese hombre único hay que ver la totalidad de los hombres. El género humano anda errante desde que en Adán se ha equivocado de camino... Cristo es el que busca al hombre; y en él volverá a encontrar el hombre perdido la alegría del cielo». 
La mujer y la dracma perdida
Lc. 15,08-10) Imaginémonos la casa de un campesino, con una habitación sola, sin ventana. Esas diez dracmas de la mujer ¿serían quizá, como lo propone Jeremías, sus joyas? 
El celo de la mujer es exagerado, imprevisto; es que «representa» otra cosa. Se trata en realidad de la preocupación que Dios tiene por un solo pecador. Un solo pecador que se arrepiente: diríase que toda la Providencia está en vilo en ese punto del espacio y del tiempo, en que un pecador está debatiéndose para escapar a esa capacidad de arrepentimiento que Dios ha puesto en su corazón.

Lucien Cerfaux. MENSAJE DE LAS PARÁBOLAS. ACTUALIDAD BÍBLICA 11. Ed. Fax. Madrid, 1969
Las Parábolas
Las parábolas tienen dos fines:
a) Jesús defiende con ellas su postura y, sobre todo, el gesto del perdón que ofrece a los perdidos.
b) Jesús muestra con ellas el auténtico rostro de Dios sobre la tierra. A través de las parábolas, Dios se ha revelado como fuerza de un amor que salva y crea. Veamos. Cualquier pastor que ha perdido una oveja coloca a las otras en sitio seguro y se arriesga a buscar la que falta. La mujer que ha extraviado una moneda no se ocupa de las otras; ilumina su morada y limpia todo hasta encontrarla. En ambos casos se suscita el mismo gozo: la alegría de encontrar de nuevo aquello que estaba ya perdido.
Pues bien, dice Jesús, la forma de actuar de Dios es semejante. No le basta con los justos; no se ocupa simplemente de los buenos. Dios atiende especialmente a los que viven en peligro (15. 3-10). Este amor justifica la actitud de Jesús y de la Iglesia con respecto a los pequeños, los perdidos, pecadores y extranjeros.
Continúa el tema con la parábola del padre que perdona (Lc 15. 11-32). El hijo menor ha malgastado su vida y su fortuna lejos de casa. El padre le ha dejado porque sabe que ya es adulto y tiene libertad para trazar la ruta de su vida. Pero cuando el hijo vuelve, el padre le sale al encuentro y le abraza. No le reprocha nada, ni pregunta los motivos o razones de su vuelta. Sabe simplemente que retorna, conoce su miseria y le ofrece sin más amor y casa. Evidentemente esta imagen del padre que acoge al perdido y le ama es muy apropiada para indicar la fuerza del perdón de Dios y su manera de tratar a los necesitados y pecadores de la tierra.
Sin embargo, la parábola no acaba ni culmina en ese rasgo.
Una simple comparación externa nos muestra que hasta ahora no se ha superado el plano de las comparaciones anteriores. El padre no ha salido al encuentro de su hijo, no va por los caminos y ciudades a buscarlo. Por el contrario, el pastor y la mujer lo dejaron todo y se esforzaron por hallar la oveja y la moneda que perdieron. Esto mismo indica que el punto culminante de nuestra parábola no está en el amor del padre que perdona. Ese amor se presupone. Lo que importa es la relación del hijo bueno de la casa.
En nuestro caso el hijo bueno es Israel. Pues bien, a los justos de Israel les duele que el padre acoja a los perdidos y les ofrezca su banquete. Pensaban que la casa era de ellos y podían organizar a su manera las leyes de lo bueno y de lo malo. Ahora, en cambio, han descubierto que la ley del padre es diferente y se sienten postergados, contrariados y molestos.
Desde aquí podemos deducir tres grandes conclusiones:
a)Dios se ha revelado en las parábolas a modo de principio de un amor que busca lo perdido, que perdona y crea; Dios es padre que a todos ofrece la gracia de un perdón y la posibilidad de una existencia nueva; su alegría está precisamente en ayudar a los que están extraviados o en peligro.

b)El evangelio se define a partir de esta revelación de amor. Jesús se ha presentado como la "encarnación" (o manifestación concreta) del perdón creador de Dios en medio de los hombres.
c)El escándalo que produce su actitud significa en el fondo un rechazo del auténtico Dios a partir de una fijación idolátrica de lo divino convertida en soporte o garantía de unas determinadas leyes de este mundo.
Juan Mateos. Comentarios a la biblia liturgica NT. Ed. Marova. Madrid. 1976

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